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04.03.2016 Críticas  
Un personaje en busca de su propia obra

El Teatre Akadèmia abre las puertas a uno de los personajes más célebres ideados por William Shakespeare y, a la vez, uno de los menos evocados sobre nuestras tablas. Hasta el próximo veinte de marzo, Francesc Orella se viste con la indumentaria de FALSTAFF en un espectáculo dirigido por el alemán Konrad Zschiedrich, habitual de la casa.

El libreto nos remonta a los dramas históricos del dramaturgo, concretamente a la Tetralogía Lancaster o Henriada, compuesta por “Ricardo II”, las dos partes de “Enrique IV” y “Enrique V”. Aunque en la obra que nos ocupa no tendrá tanto peso, el personaje también protagonizó “Las alegres comadres de Windsor”, de donde sí recuperamos su carácter mujeriego y bribón.

Para la ocasión, se ha modificado ligeramente el espacio escénico. Aprovechando como siempre la profundidad del proscenio, en FALSTAFF también se ha querido jugar con la longitud. Colocando a la izquierda del público el trono de Enrique IV y una segunda grada a la derecha de la habitual, la platea queda delimitada en forma de ele. De este modo, en función de nuestra localidad contemplaremos de frente el hueco reservado a la monarquía y en perpendicular el de la taberna o viceversa. El elegir una ubicación u otra conllevará asimilar un punto de vista u otro. Notable labor la atmósfera creada por Ricard Prat i Coll, que también firma un vestuario conciso pero expresivo, que sitúa en todo momento el rango de los personajes. Detalle que ayuda a la comprensión del desarrollo de la trama y más teniendo en cuenta que la mayoría de los intérpretes se desdoblan en varios personajes. La utilería de Guille Góngora amplía la función decorativa para situarnos en el lugar y tiempo donde sucede la acción.

Hay que tener en cuenta que el texto es un compendio de varios donde aparece el personaje protagonista. Asumir la totalidad de la tetralogía sería algo inabarcable (de hecho casi nunca se suelen montar los títulos íntegros individualmente). Así lo ha entendido la dramaturgia de Zschiedrich, que ha querido mostrar varios fragmentos por contraste. Centrándose básicamente en la difícil relación entre lo que manda la política y las ganas desenfrenadas de disfrutar de la vida ociosa, el director afronta el tratamiento del drama histórico y la comedia satírica con la misma perpendicularidad con la que se ha trabajado la escenografía. Sin dibujar posturas irreconciliables, veremos sus puntos de unión pero también su divergencia geométrica. En algunos momentos costará discernir el tono de las escenas, pero el conjunto final es relevante.

Aunque es cierto que la trascendencia de la jornada no será la de un texto compacto y rotundo (como los que estamos acostumbrados a disfrutar cuando se monta un trabajo del autor), sí que la conseguirá el ensalzamiento que se hace del protagonista. Damos la bienvenida a FALSTAFF de la mano de un Francesc Orella pletórico. Su interpretación rebosa de la agudeza, perspicacia e inteligencia que el personaje requiere. El actor convierte al pícaro bellaco en un rey de la taberna, antes que en un bufón, sin olvidarse de la profundidad de sus registros dramáticos. Capaz con una mirada de mostrar toda la sabiduría y conocimiento del mundo del rufián shakesperiano, Orella transforma la escena en la que se carea con el príncipe Hal (sensible Jordi Zanosa) en un ácido retrato de las relaciones paterno-filiales, donde ni rango ni nobleza marcan ninguna diferencia con las clases más humildes. Sería injusto no destacar la labor de toda la compañía, adecuadamente cómplice del doble juego dibujado por Zschiedrich.

Finalmente, y teniendo en cuenta la naturaleza de la propuesta, no podemos decir que el éxito sea rotundo. Si bien el desarrollo del personaje titular es excelente, así como la selección de sus escenas, el espectador poco conocedor de los títulos que integran el libreto puede perderse fácilmente entre la cronología y la heráldica. A pesar de lo inabarcable del conjunto, la duración de la obra que nos ocupa resulta algo excesiva, reiterando algunas escenas un planteamiento que ya ha quedado muy bien delimitado en un principio.

Quizá habría sido más contundente reducir a todos los personajes secundarios a momentos aislados o estados humanos concretos y únicos. Permitiendo a FALSTAFF actuar como testigo de excepción de la degradación del poder y de los bajos instintos (en primera persona y como narrador protagonista) el discurso llegaría de manera más potente. En cualquier caso, estamos ante una puesta en escena ambiciosa y destacable en muchos aspectos. Sin duda, la de Francesc Orella es una de las interpretaciones de la temporada.

Crítica realizada por Fernando Solla

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