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02.06.2015 Críticas  
Mentir para progresar: ENTREMESES de Cervantes

En 1995, el director Jose Luis Gómez y el gobierno de la Comunidad de Madrid fundaron “La Abadía”, un centro teatral dedicado tanto al estudio como a la creación. Uno de los primeros montajes de la compañía, en 1996, fueron estos ENTREMESES de Cervantes que ahora han reponen en el Teatro Romea de Barcelona.

Los entremeses son pequeñas obras de un acto que se representaban como interludio cómico o en el intermedio del “plato principal” que el público había ido a ver. Nadie firmaba sus entremeses hasta que lo hizo Cervantes en 1615, en el libro “Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados”. Teatro de la Abadía ha elegido para su espectáculo los tres últimos del volumen: “La cueva de Salamanca”, “El viejo celoso” y “El retablo de las maravillas”. En todos ellos los protagonistas se sirven de mentiras y engaños para poder triunfar en sus empresas, no siempre del lado de la moralidad.

No tienen todos el mismo buen resultado: destaca el primero de ellos y cae algo en la parodia el tercero. En las tres piezas y en los espacios entre ellas, no obstante, se deja sentir el buen hacer del conjunto, de la compañía, por encima de cualquier individualidad (que también las hay, y destacadas), la precisión del verbo que caracteriza a la compañía y la flexibilidad de sus intérpretes. Se transmite alegría y vitalidad, en ocasiones erótica, a su manera pedestre e incluso vulgar.

El montaje comienza con una ciega que llega a un pueblo en una época indeterminada, lo que sirve como detonante para que los campesinos y ganaderos de la comunidad se reunan alrededor del árbol de la plaza y comiencen a repartirse los papeles de las obras. A veces son actores y actrices en los ENTREMESES, y otras público, músicos o elaboran los efectos sonoros de la pieza. En sus interpretaciones, incluso, asoman en ocasiones los puntos de vista de los “actores” sobre los personajes que interpretan.

Estos personajes encajan en la tradición de la novela picaresca, pero también tienen algo de Comedia del Arte (no en vano Cervantes pasó mucho tiempo al servicio del legado Aquaviva, en Roma). Eso se tuvo en cuenta durante los ensayos de estos ENTREMESES, dotando a los personajes de un cierto juego arquetípico que los lleva más allá del teatro clásico español, a la vez que los acercan, supuestamente, a la intención original.

Una peculiaridad de los entremeses, que acabó convirtiéndose en un género propio, fue que en ellos se cantaba. Teatro de la Abadía no ha olvidado ese factor, y además de incluir las tonadas que el propio Cervantes incluyó en sus piezas (la más destacada, la del final de “El viejo celoso”), ha trufado la antología con otras coplas, con arreglos de Luis Domínguez: en ese sentido, podría decirse que estos ENTREMESES son un musical, aunque no al uso. Al uso actual, esto es.

Junto a las canciones abundan los refranes, a veces lanzados a modo de chanza, otras de amable combate dialéctico. Sirven sobre todo para unificar los espacios que separan los entremeses, para reafirmar el papel de la compañía y para revivificar la raiz telúrica de la obra, su base rural, sabia y antigua, tradicional pero viva. Como el canto de los pájaros que enmarcan el espectáculo, naturales, conocidos, y en su familiaridad, a la vez, dignos de atención.

El vestuario de Maria Luisa Engel y la mítica sastrería Cornejo, va de lo sencillo y funcional a lo llamativo y teatral, pero siempre se ciñe a la intención de que son gentes rurales quienes están emprendiendo la aventura escénica, y no lo olvida en sus materiales ni texturas. Tampoco en los instrumentos que tiene a sus disposición el “ala” musical de la compañía, en todo momento apegada a la tierra.

Son muy pocas las oportunidades que se presentan de acercarse a esta forma teatral concreta, y creo que ninguna compañía la habrá trabajado tan a fondo como Teatro de la Abadía, con tanto cariño y poniendo tanto de cada uno de sus intérpretes. Cualquiera que aprecie el trabajo teatral artesano necesita asistir a esta función, y comprobará la verdad de aquella máxima que dice que la fuerza del conjunto es mayor que la suma de las partes.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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