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07.06.2023 Críticas  
Otra de Delibes

El Teatro Español de Madrid lleva a las Naves de Matadero un clásico de Miguel Delibes, Los santos inocentes. Una novela en torno a la diferencia de clases, la opresión, la desigualdad social y la incultura generalizada en el contexto de la España rural de los años 60.

La adaptación teatral de Fernando Marías y Javier Hernández-Simón sigue el mismo orden y estructura que la novela.Una característica fundamental de la obra es el simbolismo, algo que en la novela se patenta gracias a las descripciones y, en este caso, a través de los elementos escénicos: palomas que decoran la parte superior del escenario, materiales endebles que permiten subir sin éxito a los criados, disparos al aire…

La obra de Delibes tiene un compromiso con la justicia social y con el mundo rural. Esas palomas que nacen para volar en libertad, igual que los campesinos, mueren a balazos, del mismo modo que la voluntad del campesino que queda relegada al yugo del señorito. El cortijo, de jerarquía inamovible, diferencia dos clases sociales: señoritos y sirvientes. Estos últimos resignados a vivir en la humillación solo por no contar con los privilegios de cuna de sus señores.

El espacio, como ya se citaba, resulta un personaje más porque da significado al retrato social que plantea la obra. Por su parte, el elenco -que ya tenía difícil equipararse al Paco Rabal y el Alfredo Landa de la adaptación cinematográfica- encaja perfectamente y cada uno de los actores se sumerge en su rol. Todos representan un sentimiento y una característica del entramado social de la época tardofranquista en la España rural. El espíritu libre de Azarías (Luis Bermejo), la autoridad sin empatía ni preceptos morales del señorito Iván (Jacobo Dicenta), la ingenuidad de Quirce (José Fernández), la resignación a la imposibilidad del cambio de Nieves (Yune Nogueiras) y la humildad, la ignorancia y la sumisión de Paco (Javier Gutiérrez) y Régula (Pepa Pedroche).

La pulcritud del texto, del que no podemos extraer ni una sola línea vacía de contenido, facilita mucho la agilidad de la obra, su teatralidad y no hace necesario el despliegue de medios técnicos para que la obra funcione. Sin embargo, la escena final queda falta de emoción, el público espera una apoteosis que no tiene lugar.

Los clásicos, por eso lo son, permanecen en el tiempo, nunca decepcionan y, casi siempre, pueden extrapolarse al tiempo presente (es este caso). Y, el laureado Delibes sigue con esta obra una larga temporada en la que sus clásicos se escenifican con éxito y emoción en los teatros de nuestro país. Cinco horas con Mario, Señora de rojo sobre fondo gris, Las guerras de nuestros antepasados y, ahora, Los santos inocentes demuestran que la novela española y, especialmente la de Miguel Delibes, tienen la virtud de embellecer sobre las tablas.

Crítica realizada por Esperanza Hernández

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