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04.04.2023 Críticas  
¿Recordar sirve de algo?

El Teatro de La Abadía de Madrid acoge Hay alguien en el bosque, una obra escrita por Anna Maria Ricart, apoyada en la investigación de Teresa Turiera-Puigbò, y dirigida por Joan Arqué. Una escenificación teatral a modo de reportaje de las consecuencias de la guerra de Yugoslavia para las mujeres, inspirado en el documental de Turiera-Puigbò y Erol Ileri.

Como bien relata la obra, un año después de que comenzara la guerra de Yugoslavia se celebraban los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Mientras en España todo era jolgorio, recuento de medallas, vitores, espectáculo… En el este de Europa el espectáculo era muy diferente. La obra cuenta la historia de tres mujeres que sufrieron los abusos de la guerra, también la de los hijos nacidos de las violaciones, y el testimonio de los corresponsales de guerra.

Los números de heridos y muertos suben en el contador de los noticiarios, algo que termina por banalizar la situación y naturalizar el horror de la guerra. También están los refugiados, los países que corren por colocarse la medalla de la solidaridad. Sin embargo, no hay rastro de la tortura, de la lucha psicológica y de las violaciones. Por supuesto, no se cuenta la historia de los niños nacidos de esas violaciones, de lo que denominan «limpieza» y «pureza» las tropas enemigas. Hay alguien en el bosque sirve de homenaje, a través de sus testimonios, a todas esas voces silenciadas.

En la búsqueda de cierto rigor documental, la obra intercala imágenes de reales de los testimonios y explica cómo fueron las conversaciones con las mujeres violadas y con los hijos nacidos. Además, buscan alejarse de la aseveración categórica de que existe un «malo» bien diferenciado. Al margen de quién origine la guerra, todas las mujeres sufrieron sus consecuencias, por ello, las protagonistas son bosnias de diferentes orígenes (musulmán, serbio y croata). Pese a ello, se reitera en varias ocasiones el dato certero de que cerca del 90% de las mujeres violadas eran musulmanas.

Nevenka (Ariadna Gil), Milica (Chantal Aimée) y Meliha (Judith Farrés) explican sus experiencias sin entrar en la morbosidad de los detalles escabrosos, no caen en el sensacionalismo ni el sentimentalismo. Las tres intérpretes consiguen representar al testimonio real con la entereza, el pudor y el miedo al recuerdo de una mujer que ha sufrido un acto traumático. Por su parte, Lejla (Magda Puig) y Alen (Erol Ileri) acercan al público los sentimientos contradictorios que se padecen cuando descubres que eres fruto de una violación.

Los que intentan acercar el espanto de los conflictos bélicos al resto del mundo para que reflexionen, para que ayuden, para que intenten aprender de ellos con el propósito de evitarlos… Los corresponsales de guerra son una figura indispensable y Hay alguien en el bosque representa a Eric Hauck (Òscar Muñoz) para recordar la figura de Jordi Pujol Puente, el primer periodista muerto en la guerra de Bosnia. Su mejor legado, sus imágenes, se proyectan durante la función. Además, sirve este monólogo de Òscar Muñoz en la piel del periodista y compañero de Jordi, Eric Hauck, para denunciar la inoperancia de la ONU y, en particular, de la diplomacia española.

Antes de los emotivos monólogos finales, tiene lugar un momento musical que entorpece el hilo de las narraciones y desentona respecto a lo que se escenifica anteriormente. No obstante, el desarrollo de la función a modo documental y el intercalado con los testimonios reales, las imágenes y la analogía con la celebración de los Juegos Olímpicos en España resulta brillante. No deja al público tiempo a sentirse abrumado, facilita el ejercicio de empatía sin acercarse a la pornografía emocional o la morbosidad que en otros productos culturales con esta temática podemos ver.

En días en los que las guerras siguen siendo protagonistas, recordar desde el respeto a las víctimas sirve para remover conciencias y descubrir a las víctimas más allá de los muertos.

Crítica realizada por Esperanza Hernández

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