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07.11.2022 Críticas  
Profilácticos XL

Necios, estultos y torpes son retratados, analizados y homenajeados por Darío Facal en Elogio de la estupidez. Un texto sagaz, una dirección ácida y un elenco capaz, ingenioso y recurrente que, a buen seguro, será uno de los hitos de la cartelera de final de año desde las tablas del madrileño Teatro Español.

Decía Forrest Gump que tonto es el que dice tonterías, también hay quien opina que los muy tontos son, en realidad, listos que viven de los tontos que se creen listos. Elogio de la estupidez podría ser utilizada a favor y en contra por partidarios de una corriente y de otra. A fin de cuentas, opinar hoy en día no consiste en tener solo un criterio sino de estar en contra de cualquiera que opine de manera diferente. Lo importante no es si te gusta o no lo que ha escrito y dirigido Darío Facal, sino cuán estúpido eres, cuánto te pareces a sus protagonistas, cuán inconsistente, irrealista, aprovechado y desgraciado puedes llegar a ser. Y por ello mismo, cuán halagado te sentirás viendo, escuchando y empatizando con las aventuras, andanzas, hazañas y contratiempos de estos tres amigos absurdos y resignados, visionarios y amargados, libidinosos e ilusos de la vida.

Después te quedará una cosa clara, cuán inteligente es Facal. Por la estructura en actos con que estructura y evoluciona su historia, de manera que cada situación dura lo justo para engatusarte y atraparte sin hastiarte. Por darle título proyectado a cada uno de ellos, haciéndote así cómplice de los atropellos, faenas y putadas a que somete a sus personajes. Por no tener pudor ni recato, por recurrir a lo histriónico, lo disparatado, lo cachondo y lo escatológico sin por ello caer en el mal gusto o la vacuidad. Cierto es que podría haber fusionado algunos de ellos o metido tijera para dejar un libreto final que diera como resultado una función más breve. Sus dos horas no se hacen largas, pero sí que tiene fases en que el humor y la mala leche se regodean en su procacidad en lugar de buscar nuevos pliegues, enfoques y prismas en los que observar nuestra estupidez (comercial, política, cultural, social…).

Su puesta en escena tiene aires de clown e improvisación, pero albergando tras de sí una orquestación de iluminación (Raquel Rodríguez), vestuario (Gadea Barceló), espacio sonoro (Álvaro Delgado) y escenografía (ideada por el propio Darío) que acrecienta la hipérbole, el esperpento y el histrionismo de un piso de solteros patéticos y compañeros de piso unidos por el capricho, el desorden, el ruido, las penas y los desvaríos del costumbrismo y el arte pop de tienda de barrio.

Espíritu, estética y actitud sobre la que surgen, se retroalimentan y se complementan las biografías, personalidades y actitudes de esos dos tipos que un día, de repente, se vieron compartiendo -junto con la novia, amiga, follamiga y ex de uno de ellos- tiempo y espacio, e idas y venidas, entre precariedad laboral, fantasías neoliberales e indagaciones más metafísicas que existenciales. Una melé pandillera en la que Ana Janer está divertida a mas no poder, Bárbara Santa-Cruz actúa como el guiño cómplice del meta teatro, Agus Ruiz resulta fresco y vibrante y Mario Alonso, además de todo eso, se revela como el puto crack de este montaje. Id, estúpidos, id a ver esta función.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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