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28.07.2022 Críticas  
Él amó, yo amé.

Tremenda expectación ante esta ópera de Rufus Wainwright. El Teatro Real de Madrid cierra por todo lo alto con una función única de Hadrian en forma de concierto semiescenificado. Una propuesta francamente interesante con una puesta en escena no del todo redonda, pero excelente en lo musical.

Hadrian nos narra el último día de vida del emperador romano Adriano. Un emperador que eliminó la provincia de Judea y eliminó a los monoteístas. Pero en este último día de vida del emperador nos centramos en una de las historias de amor más potentes de la antigua Roma. Su apasionado romance con el joven Antínoo. Adriano no se ha repuesto de la trágica muerte del joven años atrás, y ahora, al ver su muerte tan cercana, revive, gracias a la ayuda de una Sibila, la noche en la que conoció a Antínoo y la noche en la que este murió asesinado. Es tal el deseo de revivir esas noches que está dispuesto a lo que sea, aun sabiendo que no va a poder alterar nada del fatal destino.

Rufus Wainwright compone una música sobresaliente y poderosa. El primer acto es algo desconcertante en lo musical, pero desde el segundo acto la partitura crece hasta llegar a un final tan excelso como romántico. Ahí reconocemos la mano del conocido cantante. La partitura no es nada fácil para los cantantes. En un principio estaban anunciados Xavier Anduaga y Ainoha Arteta, quienes finalmente no han podido cantar aludiendo motivos de salud. Aunque era sin duda un gancho poder verles, el reparto que ha defendido la obra no ha decepcionado ni mucho menos.

Para el papel de Adriano se ha contado con Thomas Hampson, un experimentado barítono estadounidense que se ha dejado la piel en un papel que contiene demasiadas aristas y matices como para encajarlas en una sola función. Quizá el papel necesita más rodaje, aun así digno de aplauso el esfuerzo. Destacables son las intervenciones de Santiago Ballerini como Antínoo y la impresionante participación de Vanessa Goikoetxea como Sabina. El reparto se ha completado con papeles más breves interpretados por Christian Federici, Alexandra Urquiola, Alejandro del Cerro, Vicenç Esteve, Gregory Dahl, Pablo García-López, Josep Ramón Olivé, David Lagares, Berna Perles y Albert Casals. El Coro del Teatro Real vuelve a ofrecer una excelente participación.

Se ha promocionado y vendido la ópera como una ópera abiertamente homosexual. Evidentemente el romance de Adriano y Antínoo lo es, pero la propuesta anunciaba como reclamo las proyecciones de fotografías de Robert Mapplethorpe como parte del montaje. De las fotografías no se puede decir nada que no sea una alabanza. Cargadas de sensualidad, erotismo, impactantes y reconocibles. Ahora bien, su excesivo uso, como si no se hubieran podido decidir por algunas y quisieran mostrar toda la extensa obra del fotógrafo, no es ni mucho menos la mejor idea. La máxima de menos es más debería aplicarse al montaje, pues despistan más que aportan. Si lo que pretenden es provocar, lo que provocan es un subrayado demasiado infantil y facilón al texto. Visualmente algunos momentos eran poderosos incluso tratándose de una versión en concierto, pero una revisión de esas proyecciones mejoraría el conjunto notablemente. El libreto de Daniel Mcivor se recrea en el romance y en el poder del amor. Al final de sus días Adriano lo que recuerda es ese sublime amor reciproco que sintió por Antínoo. Él amó y fue amado.

Un público agradecido ha aplaudido de manera entusiasta al extenso elenco, así como al director musical Scott Dunn que ha llevado con firmeza a la orquesta, transitando por la compleja partitura. Quizá con demasiado entusiasmo y potencia aplastante en algunos momentos en el que los cantantes no eran capaces de sobrepasar la potencia de la misma.

Había ambiente distendido en el Real, y poder ver a Pedro Almodovar charlando animadamente con Rufus Wainwright no es algo que se vea cada día, y para los que somos fans de Rufus ha sido un lujo disfrutar de esta interesantísima creación de momentos inolvidables.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau.

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