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23.02.2022 Críticas  
Mi abuelo es un astronauta de la Nasa

La Belloch Teatro presenta 337 Km en el Teatro Quique San Francisco de Madrid hasta el 27 de febrero. Una historia amable con el síndrome de Asperger como telón de fondo, con dramaturgia de Manuel Benito y dirección de Julio Provencio.

La sinopsis de 337 Km se muestra cruda sobre el programa de mano. El mundo singular en el que vive un niño de nueve años con síndrome de Asperger, regido por estrictas rutinas que le hacen sentirse seguro, se ve alterado radicalmente cuando su madre tiene que hacer un breve viaje. El padre del pequeño, que ha estado ausente durante la mayor parte de la vida de su hijo, tendrá que hacerse cargo por primera vez del niño. Se producirá, como es de esperar, una colisión inevitable entre ese padre torpe, que no es capaz de entender a su hijo, y el pequeño, que se ve inmerso en una nueva realidad que él aprecia como hostil. No obstante, este padre está decidido a redimirse y entablar una verdadera conexión con su hijo aunque para ello apenas disponga de 10 días y del apoyo de unos abuelos incondicionales.

Con este planteamiento me enfrenté a la obra esperando sinceramente una trama dura. Un drama social en la que el trastorno autista fuera centro y eje. Sin embargo, 337 km me sorprendió con una comedia amable, tierna pero no fácil y profundamente honesta.

Es cierto que esta pieza aborda el síndrome de Asperger desde una perspectiva objetiva y nos pone frente a frente con la complejidad de esos niños, sus maravillosas cualidades y sus pesadas cargas, pero fundamentalmente analiza de forma sincera y sin velos románticos las raíces del amor paterno filial y la infinita paciencia y cariño que unos padres o unos abuelos son capaces de desarrollar por un hijo o un nieto.

Los 337 Km del título aluden en efecto a una distancia física concreta, pero esencialmente a una distancia emocional. La que el miedo, la cobardía y la falta de reflexión instalan entre un padre y su hijo. La distancia física se resuelve en unas pocas horas pero lamentablemente la emocional exige dosis extraordinarias de esfuerzo personal, de tiempo, de comprensión y de mucho amor. El amor de un padre que será la médula de esta pieza, mientras que el síndrome de Asperger intervendrá como el contexto que cualifica la medida de su voluntad.

Hay una grandeza íntima en las historias cotidianas bien contadas. Creo que tienen una complejidad que escapa habitualmente al espectador. Es sencillo narrar la épica, pero hace falta un gran talento para escribir con honestidad una historia pequeña y amable, sin caer en las trampas del sentimentalismo y los mordiscos de la pena fácil. Manuel Benito sabe hacerlo y en 337 Km lo demuestra con maestría. Mantiene un equilibrio exquisito entre el drama y la comedia y hace que todo fluya orgánicamente. Sus personajes son ricos y llenos de humor. Deseas abrazarlos porque están vivos y esa verdad la proporcionan los matices discretos que despliegan a través de unos diálogos ágiles y muy realistas.

No conocemos mucho de este dramaturgo todavía pero debería estar en nuestro foco de atención porque esta obra augura futuros trabajos con un carácter muy definido y gran sensibilidad.

Respecto al tratamiento que recibe el problema de fondo que vertebra la obra, el síndrome de Asperger, sirva una anécdota como baremo. El día que asistí a esta función tuve la suerte de coincidir con un grupo de afectados que se sentaron a mi alrededor. Sus comentarios durante la función fueron elocuentes. Se involucraron en la pieza, la siguieron con verdadero interés y sus respuestas muchas veces se adelantaron a las del protagonista. Eso, además de conmoverme, me dio una idea bastante realista de lo fidedigna que es la aproximación que este dramaturgo nos ofrece del trastorno.

La humanidad de estos personajes no solo se sostiene por un buen texto sino por el trabajo de tres actores, magníficamente dirigidos por Julio Provencio, que cubren todo los roles. Néstor Goenaga, al frente, afronta el complicado reto de representar a un niño con dificultades para expresar sus sentimientos. Un actor sometido a un estrecho corsé que logra hacernos sentir, pese a ello, las evoluciones tormentosas del pequeño.

Junto a él, Clemente Navarro y Lidia García hacen doblete como padres y abuelos del niño. Solo podemos aplaudir la sensibilidad de ambos, en especial en la construcción de los abuelos que aportan esa resignación llena de humor que equilibra el drama. Ambos actores recrean también dos personajes salidos de la imaginación del niño que intervienen como una suerte de conciencia figurada que guían al pequeño en el proceso de adaptación y cuya identidad es mejor descubrir en la escena.

337 Km es una historia aparentemente pequeña en la que el amor de un padre y la frustración son protagonistas. Una historia honesta sin adornos ni trampas que no aspira a convertirnos en mejores personas pero sí a ser un poco más humanos.

Crítica realizada por Diana Rivera

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