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29.01.2021 Críticas  
La de Granada

Casi dos siglos después de su muerte real y uno de que Federico García Lorca la convirtiera en personaje teatral, Mariana Pineda llega al Teatro Español de Madrid en un adaptación concebida y dirigida por Javier Hernández-Simón y con Laia Marull encarnando a la que fuera condenada a muerte por bordar las palabras igualdad, libertad y ley.

Lorca es un imán. Para el público por la apuesta segura de encontrarse un texto con el que dan por hecho que van a conectar. Para los creadores por disponer de un material con el que saben que se pueden permitir un despliegue expresivo con el único límite de los recursos materiales que cuenten. Hernández-Simón se ha acompañado muy bien en su propuesta. El espacio escénico de Bengoa Vázquez, el vestuario de Beatriz Robledo, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo e Ion Anibal y la música y el sonido de Álvaro Renedo construyen una atmósfera tan hipnótica y sugerente como las palabras del de Fuente Vaqueros.

Esta obra escrita entre 1923 y 1925 incluye muestras de lo que sería el corazón de teatralidades posteriores de Federico. La alegría de La zapatera prodigiosa, la tristeza interior de Doña Rosita la soltera, la tragedia en la que deriva la tensión sexual no resuelta de Bodas de sangre o la injusticia de un sistema absolutista como el de La casa de Bernarda Alba. Símiles que cuando se leen trascienden el papel, pero que en este montaje parecen quedarse en él por una dirección que apuesta más por su belleza formal que por su encarnación.

Cuando hay movimiento sobre el escenario y coralidad, Mariana Pineda fluye, engancha, transmite autenticidad y la sensación de estar viendo un trabajo de reelaboración que aporta algo diferente y propio. He ahí su arranque con el juego coreográfico de puertas desplazándose a la par que se abren y cierran. Pero cuando no, la suspensión de la realidad se difumina y las palabras, la oralidad, se adueñan de la representación con un tono que hace de la protagonista más una mártir de las circunstancias que una víctima de la injusticia. Una aproximación al personaje que Laia Marull resuelve con solvencia y diligencia en un trabajo que le exige una entrega total. Sin embargo, cuando además interactúa con los elementos, se engrandece. Su pasaje luchando por salir del enredo mientras José Fernández toca la guitarra es de una belleza sublime.

Marta Gómez es la responsable del dinamismo mencionado. Curiosamente, con su quietud y rigidez física hace de Clavela una presencia inquietante de la que es imposible retirar los ojos cuando aparece. Igual sucede cuando lo hace Alex Gadea como un Pedro Sotomayor ante el que es imposible no caer rendido. Junto a ellos, Aura Herrero, Silvana Navas, Sara Cifuentes, Oscar Zafra y Fernando Huesca dan vida a los secundarios que complementan la vida doméstica de Mariana y las inquinas políticas en las que se verá tristemente envuelta.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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