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15.12.2020 Críticas  
El amor imposible

Casi 180 años después de su estreno, Giselle se actualiza de la mano de Kor’sia en los Teatros del Canal de Madrid en un montaje que desmonta el clásico a golpe de eclecticismo musical, dinamismo corporal, coreografía sincopada y electricidad escenográfica.

Las emociones siguen siendo las mismas, pero los escenarios en que vivirlas pueden cambiar si abrimos la mente a medida que evolucionamos. Así, donde Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy concibieron encuentros amorosos, disfraces que engañaban, vírgenes que transitaban en ninfas y finales que impresionaban el corazón, Mattia Russo y Antonio de Rosa han dejado volar su imaginación para trasladarnos a un mundo en el que el protagonismo recae en la presencia, lo físico, la energía y la interacción.

El romanticismo de la partitura de Adolphe Adam llena la acción, pero esta queda fragmentada por su reordenación y la inserción de músicas de otros autores por parte de Susana Hernández Pulido, incluyendo sonidos electrónicos que desbordan cuanto pudiéramos imaginar antes de comenzar la representación. Se genera así un ritmo y una vibración que los dos antiguos integrantes de la Compañía Nacional de Danza trasladan al escenario a golpe de movimientos geométricos y angulosos, así como de sinuosidades y fluideces. Una simbiosis en la que lo humano queda entremezclado y fraccionado por compases que sugieren la visualización de los procederes algorítmicos y binarios de lo programado informáticamente.

Más que narración, su espectáculo – en cuya dramaturgia han trabajado junto a Gaia Clotilde Chernetich– rezuma plasticidad, una formalidad llena de esteticismo en la que la libre anarquía de lo individual de sus once bailarines resulta en la armónica belleza de su confluencia coral. La escenografía de Amber Vandenhoeck sintetiza la naturaleza con su telón de montañas pictóricas y la fantasía de su suelo desnivelado dando acceso a lo onírico. Un enclave descontextualizado por la discreción de sus cámaras a lo George Orwell que hacen patente que no solo actuamos para transmitir, sino para ser vistos, atraer y conseguir.

Únase a ello el amplio espectro de una iluminación que va desde la calidez y la candidez al asalto de la frialdad, junto con los apuntes de un vestuario (Adrian Bernal y Amedeo Piccione) que subrayan el juego de la seducción, la erótica del poder y el deseo de la sumisión. Un objetivo que los intérpretes consiguen por el magnetismo que desprenden con su sobresaliente entrega, por la vivacidad que transmiten sin descanso, manteniendo la tensión siempre en alto. Esta Giselle no tiene pausa, es un torrente en el que cada pasaje es seguido por otro más álgido, avanzando en el propósito de Mattio y Antonio de ampliar progresivamente su espectro comunicativo a base de esculpir tanto sus propios cuerpos como los de Agnès López-Río, Giulia Russo, Astrid Bramming, Alejandro Moya, Christian Pace, Angela Demattè, Claudia Bosch, Gonzalo Álvarez y Jerónimo Ruiz.

Se puede volver a los clásicos y ser original y auténtico a partir de ellos. Kor’sia lo hace en esta coproducción junto a Teatros del Canal, Staatstheater Darmstadt y Bolzano Festival. Bravo por ellos.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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