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18.09.2020 Críticas  
Viaje astral

El Centro Dramático Nacional comienza la temporada 20-21 en el Teatro Valle Inclán con Noche oscura, un espectáculo con un texto de Sergio Martínez Vila cúmulo de muchas cosas que Salva Bolta solventa estéticamente gracias a la buena presencia de Sergio Jaraiz, Darío Sigco y Carlos Troya.

San Juan de Yepes y Álvarez, más conocido como San Juan de la Cruz, pasado por el tamiz del pensamiento sufí. Ahí es nada. Esa es la inspiración y el propósito de lo que Martínez Vila pretende hacernos llegar en un montaje que conjuga el trabajo actoral (cuerpo y voz) con las proyecciones. Sin estas, lo que transmiten Sergio, Darío y Carlos no sería lo mismo, el escenario se quedaría aún más desnudo de lo que están ellos durante toda la representación. Sin las hipnóticas video creaciones de Teresa Martín Ezama (dignas de conciertos de estrellas del pop en estadios abarrotados por miles de personas), su presencia en la sala Francisco Nieva sería algo parecido a objetos flotando libremente en una galaxia a años luz de la nuestra.

Esta Noche oscura no es narrativa sino experiencial y performativa en torno al silencio y la quietud, el placer y el amor en la conexión espiritual y la comunión trascendental. Se vale de tres figuras masculinas rotundas y atléticas, escultóricas y atractivas, así como de un equipamiento técnico -luces, pantallas, escenografía- que Bolta ha sabido dirigir para ofrecernos un artefacto sensorial con el que resulta tan fácil y difícil de conectar como capaz sea uno de adaptar sus esquemas mentales a lo inesperado y lo inexplicable. Los únicos que tienen garantía de captar a la primera la intención de Martínez Vila son los conocedores de la obra del fundador de la orden de los carmelitas y del sufismo.

Una diatriba conceptual, racional y experiencial que juega al shock, a dejarte impertérrito y no saber qué te está trasladando. ¿Se está creyendo Salva lo que me está contando? Cuerpos que se mueven y se contorsionan. ¿Lo entiende? Enunciaciones espirituales y con ánimo de trascendencia. ¿Qué espera que sienta durante la representación al ver la presencia hercúlea de David Troya, las proporciones renacentistas de Sergio Jaraiz y la sinuosa flexibilidad de Darío Sigco al compás de la coreografía de Iker Arrué? ¿Qué desea que piense al salir de la sala, que recuerde horas después y evoque en un futuro indeterminado?

A los quince minutos una señora se salió, a los treinta vi parejas que se miraban incrédulas, al finalizar todos aplaudimos conjuntamente. Unos lo hacían convencidos, otros por inercia. Yo aun no tengo claro porqué lo hice.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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