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26.02.2020 Críticas  
Carmiña, la libertad de vivir

Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio pone el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite, Carmiña.

Una personalidad y una vida quizá no tan fácil de llevar al escenario, pero que Noelia Adánez convierte en un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único tanto en su dimensión pública como privada y dándole una solvente entidad dramática a Carmiña. Su punto de partida es la destrucción de la cuarta pared. Un patio de butacas sin un asiento libre se convierte por obra y gracia de sus primeras palabras en un conjunto de asistentes a una conferencia de la salmantina a principios de los años 90 sobre las relaciones entre la literatura y la vida.

A partir de ahí el trabajo de documentación, imaginación y escritura de Noelia Adánez da como resultado un monólogo en el que Carmen (1925-2000) se revela como una persona cercana y abierta, que hace del público que la escucha un entorno amistoso, y con múltiples facetas articuladas en torno a dos pilares. El creativo, la escritora que se sirve de su pasión y su habilidad para expresar aquello que no encuentra otra manera de manifestar y compartir; medio, a su vez, con el que explorar tanto la intimidad silente en la que se ve inmersa como los cánones retrógrados del machismo religioso, social y político que articularon y presionaron la biografía de los que nacieron en su época. Y el humano, aquel en el que se reveló como una mujer independiente, pero unida a los suyos, especialmente a su hija Marta.

Al igual que sus antecesoras, Carmiña destaca por no ser un trabajo de tesis, algo así como un texto académico de tintes biográficos escenificado. Tampoco es una reivindicación de la frescura de la visión que plasmó en su obra y su forma de ser desde la claridad óptica actual a la que etiquetar como feminismo o empoderamiento.

La labor conjunta de Noelia Adánez (texto), Ximena Vera (dirección) y Nieve de Medina (interpretación) nos lleva hasta la esencia de su protagonista, revelándonos cómo pensaba y sentía y cómo miraba, analizaba y se relacionaba con lo cercano y lo cotidiano del día a día, así como con las diferentes coyunturas que le tocó lidiar. Su objetivo: introducirnos en esa autenticidad; y su logro, mostrarnos la convicción con que Martín Gaite sentía, pensaba y actuaba y cómo conseguía que sus ganas de vivir primaran siempre por encima de todo, es digno de elogio y aplauso.

Y como suele suceder con los montajes que funcionan en el Teatro del Barrio, dando una lección práctica del “menos es más”. Una iluminación sencilla, más para guiar que para subrayar; una escenografía mínima, que no minimalista; y una caracterización que media entra el público y el personaje redondean un trabajo que pone el foco en lo que hace grande el teatro, no en impresionar a sus espectadores por lo que ocurre en el escenario, sino en dejar huella en su corazón. Y como es en mi caso, ganas de leer algunos de los títulos que tengo pendientes de esta gran escritora, o releer aquellos que ya disfruté como «Nubosidad variable» o «Lo raro es vivir».

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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