novedades
 SEARCH   
 
 

13.12.2019 Críticas  
Familia escala 5:600

El Teate Goya acoge La dona del 600, la última propuesta de Pere Riera como autor y director. Por el tratamiento del tema central elegido y por el retrato del núcleo familiar que plantea nos encontramos ante una pieza que nos ofrece el que probablemente sea el retrato doméstico más certero y mejor interpretado que podamos encontrar en nuestra cartelera.

Hay un homenaje explícito al Seat 600 que convierte al vehículo en otro más de los protagonistas de la función. Esto es algo transversal y que está presente tanto en el texto como en todos y cada uno de los elementos y factores que intervienen en la puesta en en escena. Tanto es así que una réplica exacta del automóvil ocupa el centro del decorado. La escenografía de Sebastià Brosa lo sitúa sobre un giratorio y de algún modo esto delimita también el movimiento y el recorrido de los intérpretes por la escena. Resulta muy emocionante cómo Riera enfoca la personificación que los adultos hacemos de un objeto en función de las experiencias que hemos compartido con él y con todos aquellos compañeros de vida que han viajado a nuestro lado. Convertir esto en alegoría del amor (y duelo) conyugal y de todos los vínculos que pueden establecerse dentro de una familia no es solo un gran hallazgo sino que está excelentemente plasmado sobre el papel y las tablas.

Junto con el trabajo de Brosa, la iluminación de Sylvia Kuchinow, el video de Francesc Isern, el sonido de Jordi Bonet y el vestuario de Raquel Bonillo dibujan de cotidianidad toda la paleta emocional y la caracterización y desarrollo de personajes y sus (des)ubicaciones intrínsecas y geográficas. Cómo se descubren situaciones para mostrar o reflejar los motivos del porqué del aquí y ahora de cada personaje es algo que merece descubrirse en primera persona. Realmente, un texto y aproximación brillantes porque al mismo tiempo que vamos y volvemos se juega con las líneas temporales y todo se transforma. También los géneros. Riera ha conseguido ser fiel a su estilo, a su ternura y a su mirada sin perder ni un ápice de su sentido del humor ni de su capacidad para regodearse en el espectro más sentimental y salir siempre airoso. Esta vez da un paso más y logra transmitir un aprendizaje emocional considerable. La elección del 600 sirve además para que cada uno compartamos, evoquemos y revivamos también nuestra herencia o equipaje al respecto, en forma de relato individual y memorístico. Una «dramedy» teatral en toda regla que se crece gracias al talento para aprovechar las posibilidades de ambos formatos y así desarrollar a fondo a los personajes, sin quedarse nunca en la anécdota.

Por supuesto, esto se ha traslado a las interpretaciones. Cinco trabajos que asimilan todos y cada uno de los matices y se transforman hasta elevar el texto y la propuesta al lugar que ocupa. La compenetración entre todos ellos es fantástica y cada uno a su manera (pero siempre alineado con los demás) consigue mostrar el recorrido de su propio personaje y al mismo tiempo el conjunto junto al resto de miembros de este reparto-familia. De este modo, Pep Planas supera su «condición política» hasta establecer un fuerte vínculo tanto con el personaje de su esposa como con el de su yerno y aprovecha registros más o menos cómicos hasta llegar a un plano dramático muy bien llevado. Mercè Sampietro es para el resto de personajes e interpretaciones lo que el 600 a la puesta en escena. Tiene que combinar las connotaciones de personaje evocado con la intensidad de interpretar escenas culminantes en el recorrido del resto y que explican la situación actual de todos, algo que realiza de un modo vaporoso y sutil pero profundo. Rosa Vila consigue dibujar un recorrido interno muy difícil de plasmar en contraposición con el rompimiento del externo que vive su protagonista y traza un camino hermosísimo de contemplar junto a su hermana escénica. Jordi Banacacolocha nos regala una interpretación redonda que fusiona una personalidad escénica reconocible con las posibilidades y requerimientos de un personaje que es a la vez particular y vehiculador de un rol más o menos prototípico dentro del relato, siempre con sabiduría y capacidad de observación.

Àngels Gonyalons es una actriz que propuesta a propuesta, personaje a personaje, consigue aplicar todo lo aprendido con anterioridad siempre a favor de su papel actual. Una cabeza de cartel absoluta que en esta pieza alcanza un punto culminante en todos los registros que toca, convirtiéndose en embajadora de esa «dramedy» que comentábamos antes. Aquí, consigue que la acompañemos desde su aparición en escena y que viajemos con ella a todos los espacios sensibles a la que la llevan las situaciones descritas. A partir de la asertividad y el razonamiento con el que está escrito su personaje consigue tocar todas las teclas emotivas, encauzando réplicas y con un dominio del lenguaje (hablado y físico) impresionante. Marcando tono e intención siempre en el punto exacto y totalmente alineada con sus compañeros y la finalidad dramática de la pieza. Brillante.

Finalmente, La dona del 600 sorprende por su capacidad para convocar un amplísimo retablo de emociones plasmadas y desarrolladas a través de unos personajes capaces de despertar la empatía de principio a fin y de acompañarnos y compartir todo su recorrido, individual y conjunto. Riera ha conseguido un armazón dramático sólido y una dirección de intérpretes magnífica. Cinco artistas que se convierten en familia escénica y nos invitan a (re)descubrir la importancia de mirarse a los ojos y compartir ese espacio común y que es suma de todas las individualidades que lo componen, esa sala de estar donde hay que querer y saber ocupar el lugar exacto y cabal. Una familia escala 5:600.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES