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10.06.2019 Críticas  
La representación del exilio (ausente y presente)

La Sala Beckett recupera La marca preferida de las hermanas Clausman. No solo el texto de Victoria Szpunberg sino también el montaje que se pudo ver en 2010 en el Teatre Tantarantana. De este modo, regresan también Glòria Balañà i Altimira en la dirección y Maria Rodríguez y Diana Torné como intérpretes.

El exilio político a causa de la dictadura argentina visto por las hijas adolescentes de sus protagonistas mantiene, casi una década después, toda la relevancia del momento del estreno. De Argentina, a París, pasando por el Maresme. Dos hermanas como únicos personajes presentes en escena. Los límites de la representación o, más concretamente, su intención y propósito se convierten en un protagonista más de la pieza. No hay una crítica dura y expresa y durante gran parte de la función se desprende una comicidad muy sana y auxiliadora, pero el contraste entre las connotaciones de la lucha de los personajes elegidos con las preocupaciones propias de las dos adolescentes en su paso a la vida adulta, muestra de manera clarividente las distintas realidades a las que un mismo ser humano puede enfrentarse en función de su situación geopolítica.

La dirección de Balañà i Altimira trabaja especialmente bien la importancia de lo situacional, tanto dentro como fuera de escena y dota de un ritmo óptimo al desarrollo de la función y, por supuesto, al trabajo de las intérpretes. Resulta muy emocionante volver a ser testigo de la compenetración entre Rodríguez y Torné. Ambas han sabido mantener las características intrínsecas y expresivas de sus protagonistas y a la vez aportar todo su recorrido como actrices desde entonces hasta ahora. La naturalización del texto (y acentos) con el movimiento escénico, de los distintos estados anímicos (incluso alterados) que deben mostrar, el desdoblamiento entre cada personaje y cuando uno de ellos representa a otro… Todo se muestra con aparente normalidad. También la dramatización de la historia familiar. El pulso entre lo implícito y lo explícito que mantienen las dos es magnífico y nos acompaña en todo momento. Dos miradas individuales eminentemente comunicativas que, juntas, elevan el peso y recorrido de la función.

La escenografía de Meritxell Muñoz nos sitúa en el pequeño salón/comedor del domicilio de las hermanas. La elección de este habitáculo aporta realismo pero, a la vez, vehicula de un modo imperceptible pero certero que el desarrollo narrativo vaya por el buen camino. La cotidianidad que se desprende no aboga por el costumbrismo sino que propicia lo alegórico del lugar de la representación y lo que allí se rememora. Algo parecido sucede con su vestuario. Piezas en apariencia aleatorias pero que podemos distinguir en función del peso y relevancia que texto y protagonistas les otorgan (también su personalidad y edad). El juego con lo que sucede dentro y fuera muestra la liberación y búsqueda de la catarsis y al mismo tiempo el encierro y bloqueo que la situación provoca en las dos jóvenes. El texto marca muy bien lo que acontece a la vista y lo que se evoca en nuestra imaginación a través de las réplicas y un fuerte dominio de lo sugestivo y alusivo. La iluminación de Sylvia Kuchinow sigue en esta misma línea de apoyo y comprensión, así como el espacio sonoro de Lucas Ariel Vallejos, cuidado hasta el más mínimo detalle y siempre presente cuando debe y ausente cuando es necesario.

Finalmente, y más allá de las circunstancias concretas que circunscriben el contexto de los personajes y de la historia, la obra resulta completamente vigente. Al final, la relación entre las dos hermanas y su necesidad de comunicarse con la madre y comprenderla y, en menor medida, el trato a distancia con la figura paterna, cobran protagonismo. De los trabajos de Szpunberg nos encontramos ante el que contiene un peso mayor de las especificaciones autobiográficas. Lejos de alejarnos, el extrañamiento inicial enseguida da paso a la empatía más sincera y espontánea. Esto sucede gracias al delicado lenguaje interno de la dramaturgia, a la complicidad establecida con la dirección y al detallista e implicado trabajo de Rodríguez y Torné. Muy buena oportunidad para reencontrarse o descubrir por primera vez una función que, además, incluye una interesante reflexión sobre el objetivo y los límites de la representación. Algo cercano a lo que Jean Genet dramatizó a partir del juego de interpretación e intercambio de roles de Solange y Claire, protagonistas de Las Criadas. Altamente recomendable.

Crítica realizada por Fernando Solla

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