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05.06.2019 Críticas  
Esperanzador y alusivo viaje existencial en femenino

El Teatre Akademia alcanza una de sus cimas en esta temporada con Les oblidades. Una propuesta excepcional tanto por la temática como por el enfoque. Por su capacidad analítica y de observación y su sublime transmisión a partir de las posibilidades alegóricas del arte dramático, Lara Díez Quintanilla se certifica como una autora y directora capital y necesaria.

La pieza que nos ocupa cierra una trilogía. Tras Omplint el buit (vista recientemente en La Gleva) y La nostra parcel·la (de la que recordamos una lectura dramatizada en la Sala Beckett hace algo más de año y medio), Les oblidades consolida a Díez Quintanilla como un referente y, además, permite que ya podamos hablar de rasgos fundamentales y transversales en su obra dramática, tanto formales como conceptuales. La honestidad sería el primero de ellos. No olvidemos que esta temporada también hemos sido testigos de la extraordinaria Herència abandonada, en el Teatre Tantarantana.

Sin repetirse nunca y a la vez persistiendo en una intención e inquietud hacia el aprendizaje y punto de encuentro emocional (no solo, pero muy especialmente en la obra que nos ocupa), resulta increíble como la autora muestra las distintas corrientes de pensamiento superando cualquier creencia o localización geopolítica. A través de dos personajes, ambas mujeres anónimas, que las serán todas, a partir de ejemplos muy bien elegidos. Conceptos e ideas, así como su evolución hasta el día de hoy. De tribu a familia, por ejemplo. La herencia adquirida y que propagamos como si fuera máxima incuestionable. A la vez, asistimos a algo muy hermoso y que dignifica la profesión de actriz y al mismo tiempo la expone y nos expone. Mientras que ellas figuran y se colocan las máscaras de las distintas mujeres, de todas, nosotros perderemos la nuestra. Y, lo más importante, sin que por ellos nos sintamos abroncados o abucheados. La honestidad que destacábamos más arriba existe porque es femenina. Esa es la certeza y reivindicación. Vehiculada a través de un uso muy responsable del talento discursivo, argumentativo, persuasivo y también estético (por extensión, artístico). Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, decían. Aquí se cumple la cita. Y con creces.

Como autora también sobresale por el mimo y cuidado en el uso de lenguaje, algo muy importante como herramienta para dar voz. Todos estos detalles se han magnificado en la faceta de directora y en el trabajo con las actrices. Juntas nos convidan a una clase magistral de persuasión y pedagogía efectiva a través de las artes escénicas. Asertividad y alegoría hermanadas de un modo indescriptible, efectivo y perdurable. Por supuesto que hay golpes de efecto y giros, pero siempre propiciados por la disciplina dramática, no por la ideología o la moral. No se trata de ponernos una medalla por comulgar o no con el discurso (¿es posible no hacerlo?), pero lo cierto es que una mezcla de orgullo y compromiso nos invade durante y después de asistir y compartir este trabajo. Tampoco se trata de crear una nueva nueva dramaturgia contemporánea, sino de darle sentido a día de hoy. Si es contemporánea es esencialmente por lo que defiende, a través de la argumentación, no «solo» por cómo lo hace. Y es que se recupera la experiencia teatral como un espacio mental y temporal en el que las personas podemos escuchar y ser escuchadas. El intercambio es real, el viaje duro y divertido, y la reciprocidad gloriosa.

No hay oposición y sí razonamiento y toma de consciencia. También voluntad de cuestionar, incluso autocrítica. Llegados a este punto, hay que celebrar el trabajo de Bàrbara Roig y Míriam Monlleó. Por un entendimiento de la naturaleza y las posibilidades de la pieza ejemplar y también por el recorrido compartido que realizan durante este viaje, de principio a fin. Son unas grandes conductoras de este relato y su desdoblamiento es constante y ejemplarmente elaborado. Tanto, que realizamos este viaje con ellas. Desde el presente (que es la función teatral) al pasado y desde la esperanza (que es lo que promueven las artífices de la pieza) hacia el futuro, negando la distopía. Voz, movimiento y expresividad inmejorables. Su escucha mutua en escena es sugestiva y el mejor canal para que llegue el mensaje. Un trabajo muy especial y meritorio.

No están solas en esto. Ambas saben aprovechar la maravillosa labor de Catou Verdier en el vestuario para promover los cambios de personaje. Una sola pieza para cada una que las permitirá convertirse en todas de un modo tan ilusionante y tan delicado en el diseño como en el uso. Algo insólito y muy especial. También de Carles Royo en la escenografía, que construye un limbo particular y culminante, ya que gracias a un apoteósico y muy emocionante tramo final, consigue precisamente la presencia de todas las mujeres convocadas y que todas suban al escenario (hay que verlo para creerlo y sobretodo para vivirlo). El broche final lo pone Xavier Gardés, que con la iluminación y el espacio sonoro distingue la propuesta con un trabajo preciso, adecuado y milimétrico.

Finalmente, el teatro puede entretener, puede divertir y puede sacudir. Puede mostrar, enseñar, compartir, incentivar, criticar, denunciar y reivindicar. Contener y estilizar. Y, en las mejores ocasiones, puede incluir y trascender cualquiera de estas intenciones, aunarlas y vehicularlas de tal modo, que la finalidad se transmita a través del qué, cómo y porqué de lo que se está explicando. Esto aquí sucede. Una propuesta dura, incisiva, vinculante y persuasiva que es, en última instancia y de modo creciente al abandonar la sala, esperanzadora y facilitadora de un cambio que creemos cada vez más posible y menos utópico. Imprescindible.

Crítica realizada por Fernando Solla

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