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14.12.2018 Críticas  
Espléndido, perturbador y pasional estallido de lo más intrínseco

Una arrebatadora sorpresa nos espera en el Teatre Tantarantana. La nueva propuesta de La Volcànica nos regala la que probablemente sea la experiencia más perturbadora y certera de nuestra cartelera. Con Herència abandonada encontramos una obra que nos sitúa ante una dramaturga imprescindible para (re)conducir el actual timón del teatro contemporáneo.

Lara Díez Quintanilla nos atrapó con su interpretación en La noia de la làmpada. No solo en esa ocasión, pero especialmente. Su carácter, personalidad, índole e idiosincrasia como actriz son tanto o más potentes como directora y dramaturga. Lo que sucede aquí es tan insólito como bienhechor y auxiliador. También demoledor de los hábitos y costumbres más o menos aceptados como adecuados o correctos. Cómo a partir de esta actitud formal se puede analizar la angustia vital de los dos protagonistas y cómo se consigue crear una atmósfera en la que lo más privado sale a la luz y se convierte en una bomba de relojería que detona cualquier aplicación práctica o simbólica que podamos atribuir al concepto o idea de herencia es algo impresionante (e impresionable). Inaudito, chocante y todo lo que se quiera pero, lo más importante, asombroso y sensacional.

La propiedad psicológica del teatro se explota aquí hasta sus últimas consecuencias y nos sitúa en un terreno mucho más inexplorado de lo que pueda parecer en un primer momento. La gran proeza de Díez es convertir lo que en manos menos hábiles podría resultar peligroso y doloroso (quizá hasta dañino) en algo duro pero tan minuciosamente desarrollado que nos discierne y nos explica, sin violentar o abrumar gratuitamente. A partir del cuestionamiento asistimos a una lección magistral de aprendizaje emocional. Si el teatro es un espacio de libertad, aquí se utiliza para liberarnos de cadenas y darnos la opción de situarnos en el lugar y momento exactos de nuestra cartografía emotiva.

Esto se realiza por contraste entre los dos personajes presentes en escena. También de los ausentes y evocados, utilizados de modo magnífico y desencadenante. Mediante la observación de Àngela y la sorpresa y reacción de Felip se establece un ejercicio tan liberador como consciente y que en todo momento plantea posibilidades y no verdades absolutas. El drama de los protagonistas, y que aprehendemos de modo casi imperceptible, será precisamente esa dificultad para llegar al mismo lugar y en el mismo momento. Un dominio para remover desde lo implícito que nos deja completamente expuestos ante nosotros mismos. De algún modo, la creadora de la propuesta vincula su faceta de psicóloga y dramaturga para crear una pieza teatral exquisita y apabullante. Transgresora con sentido, compromiso, honestidad, razonamiento, perversión y desgarro.

Dos personajes que se cuentan entre lo más granado de la dramaturgia reciente y lo mismo sucede con sus intérpretes. El empuje, genio y vitalidad de Francesca Vadell la convierten en un verdadero y magnífico proyectil de sabiduría escénica. Debe aparecer en pleno shock y a partir de ahí desarrollar y transmitir todo lo que su personaje lleva una vida entera asimilando. Su dominio del lenguaje, del tono y de la voz es implacable e impecable. Enriquece el texto con cada exhalación, con cada mirada, con su presencia. Con su progresivo traslado de lo atónito e inamovible a lo desenfrenado. Su trabajo y expresividad corporal nos dejan boquiabiertos y captan hasta la última coma del texto. Ramon Bonvehí se sitúa en ese mismo nivel y se enfrenta a una labor complicadísima. A partir de la escucha él también deberá plasmar todo el recorrido en paralelo al de su compañera pero desde una reticencia que lo lleva de lo estoico a lo incendiario. Contención y anticipación al mismo tiempo. Una expresividad facial increíble y que nos muestra la crispación y el viaje interior del abogado al que representa de un modo soberbio. Un triunfo de la verosimilitud. Ver y escuchar para creer. Emoción a raudales la que consiguen crear en los espectadores.

La escenografía de Carles Royo se adecúa a los requerimientos de la propuesta y aprovecha las posibilidades que ofrece el Àtic 22 de un modo excelente. Resulta muy importante que el espacio no se evoque sino que nos reciba y nos incluya. El despacho provisional en que se transforma el decorado no es sino un fantástico símil de la mudanza en la que se encuentra su inquilino, algo que refuerza la no menos esmerada iluminación de Xavi Gardès y que amplía el vestuario de Catour Verdier. Juntos consiguen connotar tanto lo intrínseco como lo externo pero también condicionante y constrictivo de los personajes. Piezas que se han habituado a vestir y que de algún modo los oprimen y los expulsan de sí mismos. Sin duda, una labor conjunta que ayuda a desarrollar el apasionante lenguaje interno de la función.

Finalmente, Herència abandonada supera cualquier expectativa con la podemos acercarnos a la experiencia teatral. Una ejemplar muestra de que no hace falta objetivar para que la persuasión, la reflexión y la empatía nos tomen de la mano y aúnen fuerzas para provocar una sacudida tan transgresora como profunda y elaborada. Desde un formalismo y una premisa inicial en la que todos nos podemos sentir reconocidos a una convulsión psicológica descomunal, concreta y palpable. Años y años (quizá vidas enteras) de aprendizaje emocional y racional condensadas en una hora definitiva y definitoria. Extraordinaria función teatral.

Crítica realizada por Fernando Solla

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