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03.06.2019 Críticas  
El dolor medido en escala de grises

Marguerite Duras lo escribió, Lurdes Barba realiza una versión que ella misma dirige y Ariadna Gil lo interpreta. Es El dolor y ahora mismo se puede ver en la Sala Petita del TNC. Un texto que plasma el sentimiento casi ensordecedor de la escritora mientras espera la vuelta de su marido, después de la guerra, tras haber pasado por un campo de concentración.

La escritura de este texto fue el resultado de un encargo a la autora, a quien a principios de los 80 se le pidió que publicara algo de su juventud. Rebuscando entre cuadernos antiguos, apareció este texto del que no recordaba ni su existencia. Su deseo de olvidar el horror la había llevado al punto de olvidar también sus propios escritos. Y de ellos surgió El dolor.

En él relata su espera, su desesperación, su posicionamiento en contra del sistema político vigente y los terrores de la muerte, así como el mismo terror de haber sobrevivido a ella. Describe la impotencia de los sufridores de una guerra y su debilitada condición. Y narra su historia de amor a otro hombre con el que busca a su marido, mientras lucha como parte de la resistencia.

Barba teje de forma serena, elegante y delicada este texto en forma de soliloquio, a pesar de la dureza de las palabras que en él se contienen. Y crea un espacio íntimo entre Duras y el espectador, en el que a veces se recita el diario en voz alta, en otras se lee y aún en otras, rompiendo la cuarta pared, Duras nos revela directamente sus pensamientos interiores.

Además de la palabra, Barba se ha ayudado de los audiovisuales con imágenes reales de Adolf Alcañiz para añadir fuerza al relato, que en ocasiones son solo una pared de fondo para la protagonista y en ocasiones nos brindan lo que los ojos de la propia Duras están viendo. También son protagonistas la escenografía fría y gris de Francesc Torres, compuesta de bloques de cemento y tan solo unas cuantas hojas del diario de Marguerite y su cama llena de humedad, y el sumamente acertado sonido compuesto por Jordi Collet, muy sutil pero con un potente impacto sobre el espectador siempre que tiene presencia en escena y que consigue intensificar el dolor de la protagonista. El atuendo de Duras, sobretodo el abrigo rojo que lleva durante casi toda la obra y que revela una intensa emoción, diseñado por Marian Milla, redondea un conjunto escénico que deja, sin duda alguna, huella en todos los presentes.

Finalmente, la presencia de Ariadna Gil en escena y su interpretación ponen la guinda a este maravilloso proyecto producido por el propio teatro. Una exposición dramática pero contenida, que ofrece en su justa medida toda la emoción que requieren las palabras del diario. Una dicción más que agradable y pulcritud en su sonido, en sus movimientos, en sus miradas, en su actitud. Duras sufre y sufrimos con ella. “El dolor es tan grande, se asfixia, ya no tiene aire. El dolor necesita espacio”. Pero a la vez, revela fuerza e intención. “La única respuesta que se puede dar a este crimen es hacerlo un crimen de todos. Compartirlo. Igual que la idea de igualdad, de fraternidad. Para soportarlo, para tolerar la idea, hay que compartir el crimen”.

La Sala Petita del TNC nunca defrauda. Una vez más demuestra que en el bote pequeño se encuentra la buena confitura. Y, en ocasiones, esa confitura, en este caso de naranja amarga, resulta ser de una recolecta especial, de gran calidad. En El dolor se ha usado la mejor fruta, la más selecta. Y el resultado es uno que a cualquier público le va a encantar. Regusto amargo, pero dulce al final.

Crítica realizada por Diana Limones

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