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08.04.2019 Críticas  
Tercera temporada despertando en Barcelona

La adaptación catalana de Spring awakening, El despertar de la primavera, el musical con libreto de Steven Sater y partitura a cargo de Duncan Sheik basado en la novela de Frank Wedekind de 1890 que triunfó en el Off de Broadway en el 2006, llega a su tercera y última temporada en la ciudad condal.

En el Teatre Victòria, jóvenes y mayores se reúnen en una emocionada platea para conocer o repetir las historias de Melchior, Wendla, Moritz y el resto de chicas y chicos de El despertar de la primavera.

Aunque tienen mucha fuerza los tintes de musical adolescente, esta pieza también se ha convertido en atractiva para el público adulto. Metiéndose en la vida de unos cuantos jóvenes de un pueblo de Alemania de finales del siglo XIX, el musical trata asuntos de carácter físico y emocional a los que ellos se enfrentan pero que, ciertamente, son comunes a cualquier época y cultura. La amistad, la sexualidad, las exigencias académicas, la depresión, o la necesidad de libertad son algunas de las tramas en las que se ven envueltos los protagonistas y que se resuelven de forma tanto seria como impactante.

El montaje corre a cargo de Marc Vilavella quien consigue técnicamente y de forma notable que, incluso a los que no somos tan amantes de este género, lo disfrutemos. Una escenografía sencilla diseñada por Jordi Bulbena recrea a momentos un hogar o la escuela o un bosque y aún sin apenas cambios en el attrezzo (se usan solamente unos cajones de madera a modo de pupitres, bancos o sillas en la mayoría de números) se consigue un impacto en el público desde el inicio y, además, permite un ágil y compaginado juego con la coreografía de Ariadna Peya, que tiene en todo momento su sello y que posiblemente sea uno de los fuertes atractivos de esta función. También es siempre un acierto tener músicos en directo sobre las tablas: un piano, una batería, guitarras, bajo y contrabajo, violín, viola y violoncelo. El vestuario del mismo Jordi Bulbena se ha mantenido de la época y consigue presentar a los actores (algunos más mayores de la edad que representan) como verdaderos adolescentes y la muy acertada iluminación de Dani Gener ayuda a darle espectacularidad al montaje (por ejemplo, en la escena en la que los chicos están en la iglesia y el reverendo está dando la misa). Ambos son otros dos de los aspectos técnicos destacables de la función.

Finalmente, el elenco casi al completo demuestra una alta calidad técnica y de voz. Es cierto que siendo la tercera temporada, el musical tiene que estar ya muy pulido. Pero aún y así, reconocemos el excelente trabajo de Víctor Gómez y Eloi Gómez en los papeles de Melchior y Moritz y a Berta Butinyà interpretando a Wendla que suenan con fuerza, con garra, pero sin estridencias (no sería la primera vez que pasaría en algún musical producido aquí). Otra de las sobresalientes son Clara Moraleda como Thea y uno de los números más impactante es el cantado por Valèria Sorolla como Martha, que toca posiblemente uno de los temas más dolorosos del libreto y que se interpreta con calidad pero sobretodo con corazón. Un poco menos acertadas estuvieron las partes de Laura Daza en el papel de Ilse (al menos en la función a la que yo asistí) aunque la verdad es que hay que decir que se aprecia una madurez artística y un cariño especial por este proyecto por parte de todo el elenco con el que, sobretodo, en el momento de los números corales inundan la sala de pasión. También acertada es la elección de Roser Batalla, Rosa Vila y Mingo Ràfols como los tres actores adultos del elenco quienes también desempeñan sus partes con humor y con destreza, dando las perfectas réplicas a sus jóvenes compañeros.

Cuando un montaje repite tres temporadas, es por algo. La idea Origen Produccions, a cargo de Marc Flynn, Rubén Yuste y Oriol Miras, de adaptar esta historia ha sido un evidente éxito, sobretodo por conseguir que el teatro sea accesible también a los jóvenes y no quede solo como algo para un determinado estatus o una sola generación. Tienen hasta el 12 de mayo para transportarse a una Alemania de hace más de 100 años no tan lejos de nuestra sociedad actual.

Crítica realizada por Diana Limones

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