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11.03.2019 Críticas  
Ratones, aborto y estratos sociales

Rafael Sánchez dirige y adapta a teatro la novela de Luis Martín-Santos, Tiempo de silencio, que se puede ver en el Teatro de la Abadía hasta el 17 de marzo. La complejidad y la innovación del lenguaje de la obra literaria original saltan a las tablas en forma de coro que navega por una amalgama de personajes. Polifonía existencialista.

Fue la obra que irrumpió a principios de los sesenta rompiendo con una forma de narrar y consiguiendo aproximarse a Joyce a la vez que bebía del realismo literario precedente. La historia de un médico que estudia el cáncer investigando con ratones a finales de los años cuarenta en España, y que se ve envuelto en un aborto ilegal, sirve de base para dibujar todos los estratos sociales del momento. El mapa creando psicoanaliza a la sociedad, habla de fracaso, desilusión, miseria y de un pozo que parece no tener final ni remedio alguno.

La crudeza sin escapatoria se materializa en una escenografía limpia. Un telón a modo de pared de piedra sirve de fondo para un reparto coral que coreografía diálogos dejando suceder una ambigua y desconcertante escena tras otra. Sin descanso, sin respiración, sin tiempo para digerir… la acción va llevando por situaciones brutales y por otras humorísticas. Se pasa de lo cómico a lo trágico, del absurdo o de lo histriónico a lo moralmente indignante. La mezcla y el ritmo termina recociendo al espectador en un discurso de desesperanza en el que verse reflejado como ser humano social que tampoco puede escapar del orden establecido.

La obra dirigida por el germano de ascendencia española Rafael Sánchez, que parte del texto publicado en alemán y luego traducido al español y versionado por Eberhard Petschinka, camina pesada en ocasiones y en otras se levanta con puntos de inflexión en los que atrapa dejando brillar la claustrofobia y la dureza de lo narrado. Se aprecia la precariedad de la España de la posguerra, las desigualdades e hipocresía de un país destruido y también el enorme trabajo de un montaje que pide un pulso actoral firme (y acompasado como un reloj). El irregular resultado aporta momentos de impacto escenográfico conseguido con los elementos mínimos. La iluminación y el espacio sonoro arropa una propuesta que se defiende en la desnudez de la Sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía. Los personajes terminan girando alrededor de un trasfondo de frustración, de descenso experimental a una ironía con tono solemne.

Este Tiempo de silencio ofrece la posibilidad de ver cómo un hito de la literatura puede transformarse en un producto cultural nuevo. En cualquier caso, el reto de inicio ya era en sí mismo una osadía. Finalmente lo puesto en escena luce un movimiento escénico que busca todos los recursos para dinamizar su fría construcción alemana, compleja y muy muy inquietante.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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