novedades
 SEARCH   
 
 

23.01.2019 Críticas  
Artistas en el borde del andamio

El Escenari Joan Brossa nos ofrece la oportunidad de descubrir a Nigel Planer en una de sus facetas menos exploradas por estos lares. Al sostre supuso su primer trabajo como dramaturgo y a nosotros nos llega bajo el amparo de la perceptiva dirección de Israel Solà y de las meritorias interpretaciones de Pau Ferran y Oriol Grau.

Lo más importante que se consigue con este montaje es plasmar un sentimiento común que va mucho más allá del oficio de los protagonistas: esa mezcla de frustración, desengaño y desilusión. En principio laboral pero que, si nos fijamos, comprende y penetra en todas las facetas que nos definen como individuos, incluso en el ámbito personal y afectivo. Desatender, ignorar u olvidar intencionadamente el talento del artesano que dedica su vida a un oficio y que debe ver cómo otro se agencia el triunfo es una muestra de ninguneo tanto o más dañina que la de menospreciar a una persona (no tenerla en cuenta) y hacerle sentir que no vale nada. ¿Y qué tiene que ver esto con la creación de los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina? ¿Y con la puesta en escena de un texto teatral en 2019? ¿Y ambas cuestiones con el aquí y ahora de cada uno de los espectadores anónimos que se transforman en esa congregación llamada público?

Que se lo pregunten a Lapo y Loti, veterano y aprendiz que a principios del siglo XVI, suben a lo más alto del andamiaje para ofrecernos lo que en apariencia parecerá una lección dramatizada de historia del arte para, poco a poco y progresivamente, mostrarnos la amargura y aflicción del maestro y la ilusión y esperanza del aprendiz. Envidias y conspiraciones en secreto. El ego de las grandes figuras, que lo son de pega y por las que nos dejamos deslumbrar y, si hace falta, pisotear. Los protagonistas demostrarán el amor por su oficio a partir de la descripción y adscripción absoluta a la técnica del fresco pictórico. Poco a poco, las lecciones mudarán de temática y pasaremos a tratar esas que han sido infligidas por la vida. Quejidos a modo de advertencia pero también gemidos que buscan compasión. Artistas y artesanos que sobreviven como cómicos de su propio infortunio. Las alegorías son implícitas pero resuenan con tino y claridad. Esto lo recibimos así gracias a la precisa traducción de Francis Humble, que consigue incluir con verosimilitud tanto la terminología como la época dentro del desarrollo narrativo de la pieza y del conflicto vital de los protagonistas.

En esta misma línea siguen el vestuario de Albert Pascual y la música de Xavier Mestres. Se trata de enmarcar en una época determinada (y en un momento muy concreto) un estado anímico y una actitud colectiva universal. Una mirada de ahora hacia entonces, hacia el qué pero sobretodo hacia el cómo o la manera de hacer. Las piezas que visten los protagonistas nos sitúan con tan solo posar la vista en ellos en el tiempo y lugar de la acción mientras que el trabajo en conjunto de director e intérpretes marca una actitud con la que entroncamos desde un primer momento y, especialmente, en el último tramo de la función. La escenografía, también de Pascual, juega muy bien con las posibilidades y la disposición del espacio donde se representa la pieza. También con las dimensiones y las sensaciones del espectador, ya que por el diseño de entradas y salidas compartiremos la sensación de permanecer en suspenso en lo más alto del andamio. Rozando la cúpula. Esa sensación de vértigo es también análoga a la interior.

Por otro lado, la utilería y el uso que se hace de los objetos recrea con total verosimilitud la técnica pictórica. Esto detalle es crucial, ya que nos permite situar en un mismo plano mental nuestro conocimiento previo de la obra terminada en la estancia real del palacio apostólico y evocar lo que nos despertó su visionado y, por fin, asimilar esas sensaciones redireccionándolas hacia sus verdaderos autores y creadores. Salvándoles del anonimato y dándoles la visibilidad que se les negó y que persigue la obra. A ellos y a todos los gremios, también el de los artistas, que siglo tras siglo se ven en la misma situación. También a las personas que los integran. Un trabajo conjunto que hace justicia a la voluntad de Nigel de jugar con las connotaciones metafóricas del arriba (cumbre del andamio) y abajo (de la cadena artístico-alimenticia) de los protagonistas.

Finalmente, destacamos de nuevo la habilidad y pericia de todos los implicados. Captar todas las implicaciones del texto, contexto y subtexto era algo muy complicado que tanto Solà como las interpretaciones de Ferran i Grau nos saben transmitir con una sensibilidad, empatía y emoción muy especiales. Ellos transmiten tanto las ideas como las emociones. La persistente luminosidad de la mirada y magnífica elocución del primero contrasta con la oscuridad y amargura del segundo, que nos desarma por completo en su irremediable estallido. Cada gesto, cada palabra parece indicar la anticipación de lo que vendrá. Del trabajo conjunto se engrandece el resultado final. Ambos asimilan un movimiento escénico preciso y muy bien integrado en sus interpretaciones. La elección de este título y el resultado de esta puesta en escena se convierten en el que probablemente sea uno de los cantos de amor más sentidos hacia el oficio y los oficiantes del arte, en cualquiera de sus manifestaciones.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES