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17.12.2018 Críticas  
The Best Is Yet to Come (o yo también fui una Bobby Soxer)

Les dones de Frank se instalan en el Teatre Gaudí de Barcelona y nos invaden dos certezas. La primera: no hay historia pequeña si se cuenta con el corazón. La segunda: el legado de Frank Sinatra no solo es irreemplazable sino que sirve de base para que otros artistas versiones sus canciones y se aproximen a ellas mediante su propia aportación personal.

Mònica Pérez ha escrito el texto y la dramaturgia de esta propuesta y ha acertado al no idear un biopic al uso a partir de la figura del célebre cantante. Se inventa una historia sencilla pero muy efectiva que nos presenta a cuatro amigas que recordarán momentos vividos gracias a una auténtica Bobby Soxer, término que en los años cuarenta del siglo pasado designaba a las fans de la música popular y de sus cantantes. Un viaje de puntillas por algunas anécdotas de la vida de Sinatra explicado a partir de varias de sus canciones servirá para presentarnos unas traducciones/adaptaciones más que notables de Roser Batalla, que también dirige la función.

En un momento en el que las redes sociales magnifican exponencialmente la vida privada de artistas y de todos nosotros, famosos y anónimos, este canto de amor a las seguidoras incondicionales que vehicularon su fascinación hacia «la Voz» principalmente a partir de su música y lo que sentían al escuchar sus canciones, se revela como un caluroso homenaje. Tanto Batalla como las cuatro intérpretes han sabido captar dos de las premisas básicas de las canciones de Sinatra: que las piezas debían interpretarse como extensiones de las conversaciones (y por lo tanto el dominio de la respiración y el fraseo son herramientas básicas) y esa habilidad del artista para hacernos creer que nos explicaba su vida a través de las letras que cantaba.

Por otro lado, los arreglos vocales de Joan Carles Capdevila, Òscar Peñarroya y Pep Pladellorens consiguen versiones de las canciones en las que las cuatro voces se combinan con la principal y se adecuan al rango de las intérpretes (no olvidemos que Sinatra se acercaba al bajo-barítono). La dirección musical, interpretación al piano (y demás aportaciones) de Joan «Nito» Figueras lo convierten en cómplice de excepción para que todo se desarrolle con éxito. Al mismo tiempo, las coreografías de Bealia Guerra complementen sutilmente pero con una elegancia fuera de toda duda los distintos números musicales. En todo momento, las cuatro intérpretes juegan y comparten con el público el material que se traen entre manos.

Como grupo vocal sorprenden por su adecuación y tributo a las canciones. Sus voces empastan realmente bien. A nivel individual, Susana Ribalta emociona con su dignificación tanto de las coristas como de las cantantes principales y con algunas interpretaciones precisas y punzantes de sus piezas. Txell Sust demuestra una buena vis cómica y realiza una aproximación muy hermosa hacia todas las canciones que interpreta. Lo mismo sucede con Marian Barahona, que desde un registro mucho más dulce que beneficia a las canciones, sorprende también por su divertidísimo acercamiento a algunos personajes. Mone Teruel realiza una fantástica aproximación. Su categoría artística consigue transmitir los sentimientos y emociones implícitas en las letras con una verosimilitud y naturalidad perfectamente adyacentes al estilo musical del jazz vocal. Da igual el idioma que ahí estará ella para prolongar ese estilo conversacional, pieza a pieza, de un modo completamente entregado y distinguido.

A nivel escenográfico no se requieren más que cuatro maletas que refuerzan la idea de viaje y sendos taburetes que permiten evocar distintos espacios y momentos y que se fusionan con la coreografía cuando es necesario. La iluminación de Rafael Tonico favorece que todo se desarrolle con la intimidad y cercanía que necesita la propuesta. Algunos detalles en el vestuario, como la presencia del color naranja (según parece el favorito de Sinatra), amplían la verosimilitud de lo que se nos está explicando y juegan muy a favor de esta supuesta biografía o biopic paralelo de las cuatro amigas vocalistas.

Finalmente, nos encontramos ante un espectáculo del que valoramos muy positivamente la insistencia en desarrollar una historia en paralelo a la letras o la temática de las canciones y, por supuesto, la adaptación y dirección musical, así como la delicada y deliciosa interpretación de las cuatro protagonistas y vocalistas. Con ellas nos apuntamos sin dudarlo a este viaje, al ritmo de «Come Fly Whit Me. Let’s fly, let’s fly away…».

Crítica realizada por Fernando Solla

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