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21.10.2017 Críticas  
Contra los pedantes y chaqueteros, ¡teatro!

El Maldà acoge la segunda temporada de Les dones sàvies. Una pieza que se ha convertido por méritos propios en un acontecimiento teatral, de esos cuya presencia enaltece y eleva el nivel del armazón escénico de cualquier distrito o demarcación artística. Mismo espacio e idéntico reparto. Y sin embargo, qué vivo, qué actual y qué asombroso se mantiene todo.

La aproximación a Molière que realizan Enric Cambray y Ricard Farré a partir de una dramaturgia de Lluís Hasen es excepcional. Modélica. Un ejemplo moderno y novedoso de fidelidad a la intención de texto y autor desde un punto de vista completamente instalado en nuestro aquí y ahora más inmediato. La adecuación lingüística es espectacular, así como la concepción de todas y cada una de las decisiones artísticas que se han tomado en este montaje.

Quizá ahora (y para los que repetimos) que ya no descubrimos, aunque nos siga sorprendiendo y entusiasmando, el acercamiento al texto y a los personajes, Les dones sàvies cobra aún más sentido si cabe. Una representación que da respuestas a todos los porqués imaginables. Su presencia en la cartelera responde no sólo a una demanda evidente del público sino a la necesidad de un espacio y unos artistas de seguirse expresando a través de un canal y código dramático al que todavía le queda mucho recorrido vital. En esta ocasión, la inclusión del público en esta surte de tertulia de engoladas y redichas mujeres (y hombres) se asimila de manera totalmente natural. Esto es muy importante para reflexionar sobre cómo nos dejamos convencer o manipular en función de unas ideas que, de tan inculcadas por el poder dominante, ya las hemos asumido como las únicas válidas.

¿Persuasión o manipulación? ¿Nos representan realmente nuestros líderes de opinión? ¿Somos responsables de esta imbuición? La reflexión sobre el lenguaje y su uso y de cómo se puede hablar y argumentar sin decir o significar absolutamente nada es desternillante. El paralelismo entre una tertulia cultureta y acomodada del siglo XVII y las televisivas de hoy en día, nombre y apellido mediante, es realmente brutal y escarnecedor. Y sin embargo, parece que fue el mismo Molière el que vaticinó nuestro estancamiento voluntario y voluptuosamente desmoralizador. La pérdida de valor y significado de las palabras cuando se quedan en pura floritura retórica y no hay verdadera intención comunicativa y de entendimiento.

Los que sí que comunican y transmiten a raudales son Cambray y Farré. Ambos aprovechan la caracterización de Àngels Marquès y la coreografía de Júlia Bonjoch, integrándolas con esa capacidad arrolladora para enfrentarse al texto. No es habitual encontrarse con una construcción de personajes tan profunda a nivel psicológico a través de un registro tan bufonesco y cómico. Aunque los dos triunfan en ambos sentidos, Cambray es un ciclón en cuanto a la expresión facial y el gesto y Farré nos sacude con su trabajo vocal. Todo ello, dotando de voz y personalidad propia, distinguida e identificable a todos y cada uno de los distintos personajes que defienden. De la combinación y convivencia de ambos estilos propios, se desarrolla el gran triunfo del espectáculo. Embajadores de lujo de las intenciones de Molière. Un trabajo que consigue que Les dones sàvies siga desenmascarando la demagogia imperante a nuestro alrededor y de la que, muy probablemente, seamos también partícipes. Impresionante (e imperecedero) trabajo actoral que todavía tiene tiempo para trabajar e interpretar muy acertadamente el amor, a través de los personajes de Enriqueta y Clitandre.

El apoteósico uso del vestuario de Marc Udina permite la convivencia de todos los personajes que intervienen en la función a través de la presencia de los dos únicos integrantes del reparto. Su valor estético es innegable pero su apoyo narrativo es uno de los principales motores rítmicos de la puesta en escena. Lo mismo sucede con la iluminación de Adrià Aubert, la composición musical de Gerard Sesé y la escenografía de Enric Romaní. El primero permite a los personajes tener sus momentos íntimos para expresarse sin que el resto les escuche y el segundo se funde en cierto naturalismo o hiperrealismo, según las necesidades de cada momento. Por último, es increíble cómo con un único biombo se pueden delimitar tanto y tan bien todos y cada uno de los espacios por los que transcurre la acción. Un trabajo fulgurante.

Finalmente, Les dones sàvies constata lo afortunados que somos los espectadores de encontrarnos ante un material incisivo y sin grietas, ni en su formato ni en su contenido. Un claro ejemplo y una opción indefectible de que en momentos de incertidumbre, individual y colectiva, hay que pararse, respirar y pensar dónde nos encontramos. Un reflejo cristalino de cómo las artes escénicas (a través de unos embajadores de lujo) pueden convertirse en guía y estandarte de la catarsis del ser humano a través de su manifestación y experiencia artística. Un montaje que es a la vez detonante y coherente. Congruente y consistente. Extraordinario.

Crítica realizada por Fernando Solla

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