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13.10.2017 Críticas  
Nadie dijo que iba a ser fácil (y ¡qué sorpresa!)

La Cia. Ella llega al Àtic 22 del Teatre Tantarantana y nos ofrece un espectáculo que va mucho más allá de lo que pueda parecer a simple vista. Umbilical muestra una realidad mucho más tabú de lo que nos gustaría reconocer. Abandonando el lugar común y buscando siempre el tono adecuado, el resultado final supone una grata sorpresa.

La dirección y dramaturgia de Laura Giberga acierta en situar todo el asunto en el marco de la cotidianidad. No se trata de buscar tanto las connotaciones ideológicas sino de suplir a través de la ficción que plantea la obra las necesidades de tres personas. Durante su desarrollo nos encontraremos con todas las trabas que se deben sortear cuando una relación pasa a ser de tres. Otro gran acierto es el de no reducir las inquietudes de los protagonistas al ámbito afectivo o sexual (algo que también está muy presente), sino también logístico. La posibilidad económica de plantearse una adopción o vientre de alquiler no está al alcance de todo el mundo, así que la aproximación práctica de la decisión tomada dota de peso y relevancia a la trama y la aleja de la simple anécdota.

Los tres intérpretes se instalan en una generosidad muy gratificante para el público. Saben como mostrar los distintos matices y estados de ánimo ofreciendo tres trabajos que huyen de lo lineal. De la combinación de tres aproximaciones muy distintas se enriquece el conjunto final, del mismo modo como sucede en su relación en escena. Ann Perelló enfrenta casi todas sus escenas con una espontaneidad muy necesaria para que nos creamos las preocupaciones de su personaje. Así lo hacen también Omar Puga y Sergio Vega. Ambos desprenden una comicidad que no está reñida con la seriedad o dramatismo de otros momentos. El primero juega muy bien las cartas de su personaje a través de la elocución y el segundo potencia la perplejidad de su papel a través de la mirada. Sus escenas juntos son de lo mejor de la función. A destacar también la coreografía de Davinia Descals. Un único momento (cumbre y que no desvelaremos aquí) que sabe cómo captar a través del movimiento tanto la carga alegórica y poética como la más prosaica de la situación y que los tres intérpretes ejecutan de una forma magnífica.

La decisión de Giberga de no desarrollar todas las escenas en orden cronológico es un acierto, ya que permite que cada momento adquiera la relevancia que tiene durante el tiempo de la representación. Si bien es cierto que el salto temporal es algo complicado de seguir en algunos momentos, ya que no se nota en la caracterización ni el cambio de registro de las interpretaciones. Suponiendo que este detalle sea intencionado, de nuevo el peso recae en lo que se quiere explicar y, en este caso, el mensaje llega perfectamente. Muy bien hallada la escenografía movible de Xavier Mateo, que aprovecha las puertas de la sala y consigue dotar de ritmo a las transiciones entre escena y escena. Los movimientos circulares aportan mucho sentido y todo sucede en ese marco de cotidianidad que comentábamos antes, tan necesario para el éxito de Umbilical.

De este modo, Umbilical rompe lanzas a favor del tema tratado pero también (y esto es de agradecer) hacia un género que, en primer lugar, no se explota especialmente en teatro y, además, cuando se hace suele quedar etiquetado como menor o bajo la mal elegida etiqueta del “entretenimiento”. Si cualquier manifestación social se celebra y asimila mejor a través de su vertiente lúdica, aquí hay una muestra dramática de ello. Y lo más importante, nunca a través de frases o sentencias lapidarias, sino con toda la complejidad de un ideario perfectamente integrado en la ficción planteada.

Finalmente, celebramos tanto la valentía y el arrojo de todos los implicados, como también y muy especialmente su talento (y talante) para propiciar que la reflexión cale entre el público. La combinación del formato cómico y romántico de la dramaturgia (así como el trabajo de los tres intérpretes) consigue que la sonrisa con la que salimos del teatro no esté para nada reñida con la certeza de haber avanzado un paso más en el apasionante conocimiento del universo de los sentimientos humanos.

Crítica realizada por Fernando Solla

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