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30.06.2017 Críticas  
A moment of… FOREVER

Kris Kristofferson ha visitado el Festival Jardins de Pedralbes y tras su paso nos invade una certeza irrefutable: cuando se tiene algo que contar y las capacidades y aptitudes para hacerlo, el tiempo parece detenerse y las ganas de escuchar y de decir se funden.

La comunicación directa a través de la música y de la voz rasgada del compositor y cantante norteamericano cautivó al auditorio. El tejano compartió con el público una generosa muestra de hasta 25 canciones de su repertorio, encadenándolas una tras otra. Acompañado únicamente por su guitarra y su armónica, Kris Kristofferson se mostró ante nosotros sin ningún tipo de filtro o barrera. Con una puntualidad rotunda apareció en escena, donde permaneció los 75 minutos que duró el concierto.

Cuerda pulsada y viento. Palabras. El cantante no necesitó nada más para evidenciar que su amplitud expresiva se mantiene tan intacta como expansiva, afable, afectuosa y accesible. La prioridad siempre firme en llegar y transmitir al público. De compartir. Por si todo esto fuera poco, Kris Kristofferson consigue situarse en un estadio al que muy pocos tienen acceso. Un emisor que no se quiere mostrar como preceptor ni maestro y que siempre habla a través de los personajes de las letras de sus canciones. En tercera persona. Un autor que se prefiere canal comunicativo antes que emisor al uso.

Un canal que toma el estilo de la música folk para expresar sus propias canciones y que podría definir tras su actuación todo el género country, especialmente su vertiente espiritual e incluso religiosa. El artista destaca todavía a día de hoy no sólo como perpetuador del género sino que lo confronta a través de las inquietudes materializadas por las letras. Así empezó Kris Kristofferson con “Darby’s Castle”, “Me and Bobby McGee” y “Here Comes That Rainbow Again”. Sin evidenciarlo en su discurso, mostró sus influencias a través de la selección de las canciones. Desde Ronnie Milsap hasta Johnny Cash (“Just the Other Side of Nowhere”, “Sunday Morning Coming Down”, “Why Me, Lord?”), Bob Dylan (“They Kill Him”) o Aaron Neville (“For the Good Times”).

Durante la actuación en el Festival Jardins de Pedralbes el compositor renunció a mostrar un catálogo de greatest hits (aunque el público los supo identificar con los primeros acordes). No quiso demostrar que por edad o recorrido se daba por hecho que su presencia sobre escena es suficiente. De este modo, se mostró sonriente hacia nosotros e incluso se emocionó cuando cerraba los ojos y se sumergía en el mundo evocado por sí mismo. Un viaje que quiso recorrer con todos los allí presentes, juntos y siempre al mismo nivel. De este modo transcurrieron muy felizmente “Best of All Possible Worlds”, “Billy Dee”, “Casey’s Last Ride”, “Nobody Wins» o “Good Almighty Here I Am”.

Curiosamente, sólo hizo referencias a su vida personal cuando nos explicó que “From Here to Forever” la compuso para su hijo o que cuando cantaba “The Silver Tongued Devil and I” su descendiente le rebatía la letra. Con la complicidad de todos los presentes, Kristofferson siguió regalando su generosidad narrativa y expresiva a través de “Broken Freedom Song”, “Loving Her Was Easier (Than Anything I’ll Do Again)”, “Duvalier’s Dream”, “I’d Rather Be Sorry”, “Jody and The Kid”, “The Pilgrim, Chapter 33”, “Jesus Was A Capricorn”, “To Beat The Devil” y, por supuesto, “A Moment of Forever”, título que podría resumir en pocas palabras lo allí vivido por todos los presentes.

Finalmente, tras la velada compartida con Kris Kristofferson nos sentimos testigos de algo que sucede en contadas ocasiones. El arte perdurable que no mira al pasado sino al futuro. Algo que, ya sea en compañía o evocándolo en nuestro interior expresan mucho mejor las palabras de “Please Don’t Tell Me How the Story Ends”, con las que cerró el concierto: “This could be our last good night together // We may never pass this way again // Just let me enjoy it ’til it’s over, or forever // Please don’t tell me how the story ends”.

Crítica realizada por Fernando Solla

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