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08.06.2017 Críticas  
Un clásico demasiado grande

La sola mención del nombre Ana Karenina sobrecoge. La mastodóntica novela de Tolstói es una empresa difícil de llevar a las tablas. El Teatro Pavón Kamikaze estrena una versión de Armin Petras, dirigida por Francesco Carril que se salda con algún buen momento, pero con demasiadas cuentas pendientes.

La historia de Ana Karenina es de esas que se recuerda. El temido desenlace, sus dilemas amorosos, su deseo consumado y luego negado. Los personajes que arropan a Ana Karenina en el trance son muchos, y cada uno de ellos con tremendas historias también. Poner en pie un texto como ese significa apostar por contarlo todo, o sacrificar muchas escenas y muchas historias. La versión de Armin Petras reduce considerablemente la epopeya rusa. Conserva a los personajes, pero en el afán de acortar considerablemente el texto, se diluye la esencia de Ana Karenina.

Se opta por una extraña contemporaneidad. Se sitúa a los personajes en un tiempo incierto, donde se mezclan códigos de conducta de otras épocas con referencias a internet y artilugios modernos. Los personajes salen y entran de los mismos para relatarnos sus emociones y pensamientos en tercera persona. No es mala propuesta esta, pero requiere de un empaque y un buen hacer actoral que se echa de menos en muchos de los papeles interpretados.

Mamen Camacho es Ana Karenina. Ella sola lleva el peso de toda la función. Su escena final conmueve. Me hubiera gustado verla solo a ella relatándonos el periplo de esta mujer. Me interesa todo lo que pasa por su mente. Pero la propuesta no la deja brillar todo lo que pudiera. Mateo Franco es Vronski. Lamentablemente no es una elección acertada. Vronski es el desencadenante de toda la tragedia. Un personaje que tiene que seducir, que tiene que desprender sexualidad arrebatadora. La interpretación de Mateo queda muy lejos de eso. Me quedo con Diego Toucedo en su papel de Levin. El resto tienen momentos en los que parecen despegar, pero el desarrollo de toda la historia los deja a medio gas.

En la propuesta se intercalan audios entre escena y escena, fundidos a negro, música acertada. Incluso una escena a oscuras entre Karenin y Ana, que a pesar de ser original, se alarga más allá de lo necesario.

La sensación que me deja esta propuesta es agridulce. Ana Karenina es una gran historia, y gracias a eso la función se sujeta. Tengo el pálpito de que hay que darle otra vuelta a este montaje. Que la intención de hacer algo grande ha mermado el cuadro general. Yo quiero ver a la Karenina arrebatada, enamorada, despechada, seducida, usada. Aquí me pierdo en la telaraña de escenas inconclusas.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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