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31.01.2017 Críticas  
Elocuente (y análoga) coreografía de la antropología cultural

Mercat de les Flors se convierte en sede de una muestra coreografiada de antropología cultural. Pere Faura confronta y analiza hábitos, mitos, creencias y valores en ella. Los que hemos adquirido y asimilado desde que John Travolta (y algunos secuaces) domaron las pistas de baile (y pantallas) décadas atrás. Nuestro comportamiento como grupo social puesto a prueba.

A partir del concepto del coreógrafo, Esteve Soler ha realizado una dramaturgia muy lograda. A cuatro manos, han escrito una especie de monólogo que Faura implantará ante el público. Las ochos piezas (coreografías) seleccionadas formarán parte del imaginario popular de las décadas comprendidas entre los setenta y los noventa del siglo pasado. El kitsch que hemos encumbrado, del que también se nos mostrará el significado y su porqué determinante en Faura. La dirección será, por tanto, compartida. También con Jordi Queralt, que da forma a la propuesta delimitando con pantallas y objetos el espacio escénico de la sala.

Sin querer desvelar más sorpresas de las necesarias hay que destacar la labor de Laura Alcalà, Sarah Anglada, Miquel Fiol, Raquel Gualtero, Claudia Solwat y Javi Vaquero. Los seis se mostrarán cómplices en todo momento con la doble naturaleza de la propuesta y su ejecución es excepcional, tanto en la primera como en la segunda parte del espectáculo. El trabajo de Faura en la coreografía (también como intérprete) es no por insólito menos apasionante. El último tramo resulta completamente hipnótico. El diseño de sonido de Ramon Ciércoles y la iluminación de Queralt y Sergio Roca Saiz, así como el magnífico trabajo de recopilación, documentación y edición de vídeo (también de Escofet) terminan de redondear la propuesta. Técnicamente, impecable.

Ideológicamente, SWEET TYRANNY sabe cómo validar cada premisa a través de su manifestación artística y de la naturaleza misma de la autoría teatral. Resulta muy interesante el símil entre la idea de representación escénica (como un pacto de sumisión voluntaria por parte del público ante el panegírico del artista) y el rango tiránico de domesticación que asume el intérprete. A su vez, él mismo se verá influido por el material trabajado como instrumento determinante y configurador de su manera de ver, entender y enfrentarse al mundo. Ya sea por asimilación o por negación del mismo.

Cada una de las ocho piezas se desgranará y desmontará en su totalidad, tanto ideario como coreografía. De nuevo, la importancia de los textos de Soler y Faura para acompañar a los movimientos y las imágenes proyectadas. A partir de las reflexiones, manifestadas en primera persona por el coreógrafo, se conseguirá un estudio sobre cómo los consumidores y programadores de danza contemporánea se enfrentan a esta disciplina y el choque (precisamente cultural) que se produce con las motivaciones y necesidades de los creadores y trabajadores artísticos. El profesional como ser humano que busca realización y conciliación de lo laboral y lo personal.

Finalmente, la estructura en dos partes termina de dar sentido a la propuesta. Tras la disección de las piezas, de su significado y sus movimientos, la danza reclamará su protagonismo. Al son de la música y sesión DJ de Amarante Velarde, Faurà prohibirá el uso de la palabra para ejecutar una coreografía que recoge las ocho piezas anteriores en una sola. Todo lo manifestado hasta entonces verá reforzado su sentido y, al mismo tiempo, ofrecerá a los asistentes pautas para su interpretación. El montaje videográfico adquiere en este punto del espectáculo una importancia narrativa culminante y cómplice del resto de disciplinas, propiciando un apasionante giro lingüístico de la palabra a la danza, como único emisor, receptor, código, canal y, por supuesto, mensaje.

SWEET TYRANNY es un espectáculo capaz de conformar un género en sí mismo. Y Pere Faura consigue superar la antipatía que pueda despertar en algunos momentos el tono entre agresivo y asertivo del personaje en el que se ha convertido para la ocasión, para finalmente persuadirnos con su selección coreográfica y su de y re-construcción. Realmente, la visita al Mercat merece la pena.

Crítica realizada por Fernando Solla

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