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29.12.2016 Críticas  
Elocuente derrumbamiento de los estereotipos de masculinidad

Hay ocasiones en las que una función es suficiente para detonar cualquier idea preconcebida que podamos tener sobre la puesta en escena de una disciplina artística. En la Sala Hiroshima ha sucedido una de estas coyunturas con la visita de la Cie Divergences y su espectáculo titulado BOYS DON’T CRY. Propuesta insólita y de significación descomunal.

La compañía realiza residencia en la sala. El espectáculo que nos ocupa se ha presentado en forma de díptico y tras “Gameboy”. Tanto a nivel formal como de contenido el trabajo realizado merece mención especial y específica en los terrenos de la creación y ejecución de la coreografía (convertidas en sinónimas para la ocasión); dirección escénica; sonido y ejecución musical. Juntos, consiguen aportar una visión de lo más coherente y cohesionada con las premisas creativas del espectáculo para derrumbar irremisiblemente todos y cada uno (es decir, cualquiera) de los estereotipos sobre la masculinidad posibles.

Sylvain Huc y Pierre-Michael Faure entregan sus cuerpos como materia prima de una coreografía que mezcla los movimientos alegóricos con los tangibles. Se produce un efecto tan atractivo como realmente taumatúrgico. Ellos serán los que provocarán la gran colisión, no sólo física sino también interior, ideológica. Literal e incitante. Sus cuerpos chocarán y con ellos las ideas del público, siempre dirigidas aunque en ningún momento nos daremos cuenta de ello. Los espectadores pareceremos temer un nuevo golpe o movimiento y, en el preciso momento en que nos negamos a nosotros mismos la idea de su materialización (por la dificultad en su ejecución o el temor del dolor que provocaría en los intérpretes un paso en falso), estos sucederán. La cercanía del espacio propicia que el público pueda incluso oler el sudor de ambos, detalle que se integra en la recepción del espectáculo como recopilación de la tensión contenida de los asistentes.

La fisicidad en la coreografía oculta cualquier costura visible de la técnica de ambos para que ante nuestros ojos se muestre como espontánea o improvisada. Nada más lejos de la realidad. El propio Huc firma la autoría y, bajo la dirección escénica de Pierre Masselot la interacción entre ambos y con los objetos, así como su movimiento y ocupación del espacio es ejemplar y perfecta. Iconoclásticamente, BOYS DON’T CRY supone un triunfo de la puesta escena. La iluminación, también de Masselot, redondea una experiencia que tras los pasajes con los pesos usado a modo de pesados y macizos órganos testiculares o las baquetas que cubren el espacio entero (las que dictan el sonido de cada estereotipo) engrandece exponencialmente el resultado final del espectáculo.

Hay un tercer intérprete, imprescindible para que el éxito de la propuesta sea total. El batería Xavier Corat se integra con sus compañeros sobre el escenario y realiza una complicada y precisa labor, que marca el tempo a seguir por ambos en muchos momentos y sigue el que le marcan a él en otros. El sonido de Frédétic Caray consigue lo más difícil todavía y es que a pesar de la hiperbolización decibélica la recepción sea en todo momento perfecta y adecuadísima para que la dramaturgia consigue su misión. Titánica proeza la de todos los implicados.

El estreno español de este espectáculo supone un reflejo de la inconmensurable labor escénica (investigación, desarrollo y exhibición) de la Sala Hiroshima. Acontecimientos como BOY’S DON’T CRY son los que dan nombre y convierten en referencial a un espacio que, a pasos de gigante, se afianza como uno de los imprescindibles para entender el impacto y significado transversal de la creación escénica contemporánea.

Crítica realizada por Fernando Solla

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