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07.11.2016 Críticas  
La breve visita del Ballet Nacional Ruso

El teatro Fernán Gómez acoge al Ballet Nacional Ruso con EL LAGO DE LOS CISNES, un clásico que se representa durante seis únicos días en el escenario de la sala Guirau dentro de este centro cultural madrileño.

El que fue un solista del Ballet del Teatro Bolshoi -Serguei Ratchenko- presenta su versión con la compañía que dirige desde 1989. El bailarín propone una representación con la grandeza y maestría de la danza clásica rusa pero con algunos toques que la actualizan al gusto del público contemporáneo.

Debemos recordar que EL LAGO DE LOS CISNES es la historia del Príncipe Sigfrido que celebra su vigésimo primer cumpleaños, mientras su madre –la reina- le recuerda que deberá escoger una esposa durante el baile real que tendrá lugar al día siguiente. Él, en un lago cercano, se enamora de la princesa Odette, víctima de un hechizo lanzado por Rothbart -el malvado brujo por el cual durante el día se convierte en cisne y sólo vuelve a su forma humana por la noche. El brujo llega disfrazado a la fiesta con su hija, la malvada bruja Odile –el cisne negro- convertida en Odette. La obra transcurre entre el amor y la magia, donde el protagonismo lo tiene la lucha entre el bien y el mal, representada con la coreografía de Marius Petipa y la maravillosa música de Tchaikvosky; melodías que tenemos que disfrutar a través de altavoces en un teatro que no está preparado para este tipo de eventos pero que, de todas maneras, se disfruta hasta el final.

El numeroso cuerpo de baile, 44 bailarines y virtuosos solistas, destaca por su perfección y su espectacular ejecución de movimientos, demostrando soltura y talento por todos los rincones del enorme escenario. De entre todos ellos sobresale –por algo se llevó una gran ovación al finalizar el espectáculo- el bufón, encargado de romper la cuarta pared y destacando por su expresividad y gestualidad extraordinaria además de su técnica de baile. Todos los bailarines nos dejan boquiabiertos con la ejecución de sus armoniosos movimientos, admirable técnica e interpretación de la coreografía, pero no expresan prácticamente nada en sus rostros y están faltos de emoción. Eso sí, todo acompañado por un exquisito y elegante vestuario.

Aunque no siempre se puede disfrutar al cien por cien de sus movimientos ya que la deficiente iluminación juega malas pasadas en algunas escenas. Esto ocurre cuando la acción transcurre en el lago, con una luz azulada que provoca destellos rojos sobre la ropa blanca de los bailarines cuando éstos se mueven; efecto óptico que molesta enormemente y dificulta seguir con precisión sus hipnóticos bailes. Una lástima no poder disfrutar bien de estas escenas por culpa de la iluminación.

En definitiva, húndanse en las cómodas butacas del Fernán Gómez y disfruten de esta obra inmortal, con música que ya forma parte de la historia y con la magia de la del ballet clásico ruso.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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