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22.03.2021 Críticas  
Enorme demostración del pensamiento crítico y estético de V. Woolf

La Sala Beckett de Barcelona ha acogido una importante visita en forma de propuesta teatral. Una habitación propia sube a las tablas un gran hito del pensamiento feminista del siglo XX. La dramaturgia de María Ruiz a partir del original de Virginia Woolf y la brillantísima interpretación de Clara Sanchís no pueden reivindicar a la autora de manera más acertada.

La aproximación y dirección de Ruiz se sustentan en dos pilares troncales robustos e inmejorables. En primer lugar, el ensayo de la británica se transforma en la escenificación más verosímil posible de la conferencia relatada en el original. Una dramaturgia que parece desaparecer dentro de sí misma y genera la ilusión de que nosotros somos las asistentes a tan relevante reunión y que la mismísima Woolf está presente ante nosotros a través de una totalmente hipnótica y magistral corporeización de Sanchís. Respecto al primer punto, no se trata de adaptar un «argumento» sino de indagar, desarrollar y plasmar tanto un pensamiento (su carga y contenido) como la manera de expresarlo (su estilo y estética).

De este modo, se nos relatará la relación histórica de la mujer con (y en) la literatura a través de una exposición poco convencional y, todavía a día de hoy, altamente provocativa por su capacidad para desenmascarar las condiciones sociales y materiales necesitaras para ser escritora y ganarse la vida con ello. Un repaso que desmonta cualquier arquetipo o construcción mental preconcebido por el poder dominante masculino en relación también al tiempo de ocio, la privacidad y la independencia financiera. Todo este ideario se vehicula no tanto hacia la producción sino hacia el desarrollo de una devastadora argumentación para entender la situación (no) presencial de las mujeres en la tradición literaria y su porqué, que no es otro que la privación uniforme de estos requisitos previos básicos.

La interpretación de Sanchís consigue crear un continuo de pequeños detalles a partir de gestos mínimos y máximos, pequeños y grandes. Junto a una inconmensurable y polifónica inflexión vocal fabrica y al mismo tiempo desaparece tras una personalidad que, a partir de ahora y para todo aquel que asista a esta representación, será indisociable de la imagen que nos viene a la cabeza cuando evocamos la figura de Virginia Woolf. Una labor milagrosa capaz de explicar por sí sola toda la relevancia del oficio al que representa. El recorrido de la conferencia/función y del personaje/autora podemos seguirlo también a través de la profundidad de su mirada. Fija, potente, penetrante. Nerviosa, segura, indecisa. Divertida, cómplice, herida. Comprometida y transmisora silenciosa también del universo interior del «personaje». Una vida entera que se nos muestra a través del discurso y al mismo tiempo de la intuición de la implicación personal de una Woolf/Sanchís que muestra su fortaleza precisamente a través de la vulnerabilidad. La manipulación de objetos, básicamente los libros. La integración en la interpretación del «simple» acto de beber agua. El concierto de pausas y cadencias. Todo aporta y profundiza, como la adaptación e interpretación al piano (también de Sanchís) de algunas piezas barrocas de J. S. Bach. Todo puntos y aparte. Contundentes y definitivos.

Una actriz que toca todas las teclas en sentido literal y figurado con la misma e imperiosa necesidad con la que su alter ego elegía y escribía cada palabra y, de este modo, convierte su interpretación y por extensión toda la propuesta en un evidente, relevante y reivindicativo acto de protesta. Una sensibilidad e inteligencia interpretativa que, sumadas a la exploración de los requisitos para la emancipación de la mujer escritora de nuestra conferenciante, convierten en la velada en una potente crítica que se extiende también al estado de la formación académica, tanto teórica como histórica, de las mujeres. Sanchís encarna como actriz e intérprete la estética basada en el principio de incandescencia que Woolf delimitó en su tratado y, alcanza ese estado en el que su personalidad se consume en la intensidad y la verdad de su propio arte. Ver para creer.

De la adaptación y dirección de Ruiz, destacamos la decisión de mantener y al mismo tiempo mostrar el juego con el que Woolf reniega de las jerarquías tradicionales en su ensayo, tanto o más que de la argumentación lógica y formal «estándar». Sigue resultando muy innovador que se navegue en los recursos que aporta la ficción para compensar las lagunas en el registro de datos, hechos y fechas que recojan la realidad de las mujeres a lo largo de la historia y también para contrarrestar los prejuicios y falsas atribuciones de los estudios más convencionales y, de nuevo, masculinos. Una función que, por tanto, recoge y re-escribe una historia del pensamiento de una mujer sobre la historia de las mujeres pensantes. Reconstrucción, recreación y argumento que sumados al comentario de texto escénico en el que se convierte la función y, sí y una vez más la espléndida aportación de Sanchís, se multidimensionan hasta convertirse en un alegato intertextual de primera categoría. El diseño de vestuario de Helena Sanchís caracteriza con una única pieza a la protagonista de un modo tan asertivo como preciso y adecuado y, por último, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo consigue naturalizar nuestro doble papel de espectador-discípula, así como los momentos más íntimos de la protagonista con total espontaneidad.

Finalmente, la presencia de Una habitación propia en Barcelona ayuda también a recuperar el intercambio vía puente aéreo de propuestas que no pueden ni deben ver reducido su recorrido a un único circuito de exhibición. Que el trabajo de Clara Sanchís (y también el de Helena) se revalide como un triunfo tan rotundo sobre el escenario de la sala que su padre fundó, no deja de ser un hermoso acto de justicia poética al que asistimos como espectadores de tan especial función. Un trabajo fulgurante que sabe cómo ceder y centrar el protagonismo a la exploración crítica, sociológica y estética de Woolf reflejando tanto su vigencia como su persuasión. Y ese es, de entre todos y tantos, su mayor logro.

Crítica realizada por Fernando Solla

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