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18.03.2021 Críticas  
When you gonna live your life right?

La Sala Flyhard se ha convertido en espacio de intercambio íntimo donde hablar de infertilidad y maternidad desde la posibilidad del testimonio en formato dramático en primera persona. ESTIgMES resulta un proyecto personalísimo de Concha Milla que revierte y niega como única la máxima de «querer es poder» y que cuenta con una insólita dirección de Francesc Cuéllar.

No es ningún secreto que como sociedad somos lo más parecido a un hipermercado a gran escala. Hay como una especie de mala utilización del marketing, aplicada a las personas y a cualquier otra clase de ser vivo, que nos reduce a un etiquetado más o menos genérico en función de nuestro círculo socio-laboral. A nuestros cuerpos no se les permite conectar ni relacionarse si no es a partir de la presunción externa. Siempre de fuera hacia dentro. Una de las más sangrantes es la compuesta por el pack «etiqueta = mujer + presunción = fertilidad/maternedidad + aplicación = sola y únicamente en casos extremos de (presunta) heterosexualidad». Todo se puede reducir a una fórmula que nos encarcele en una celda de una base de datos. El entorno ha mercantilizado nuestra felicidad y ha montado un gran negocio que nos circunda (no financiado por nadie más que nuestro propio bolsillo) para conseguir que todo funcione según ese adocenamiento dañino y perverso. Y lo peor de todo es que este pseudo-poder dominante lo tenemos totalmente interiorizado y lo profesamos y propagamos, inconscientemente y a diario, de forma automática.

Milla propone un texto que no tiene (y no puede ni debe tener) una estructura lineal al uso. ¿Cómo escenificar distintos momentos o fases de un proceso tan doloroso mostrando(se) también a través de datos y estadísticas? Diagnóstico de infertilidad es sinónimo de estigmatización por inutilidad. ¿Cómo es posible que el deseo de dar vida ponga en riesgo o termine precisamente con parte de la propia? El «puedo pero no quiero» tiene un malicioso revés cuando se convierte en un «quiero pero no puedo». Sin entrar en el transhumanismo, la intérprete/protagonista nos explicará su experiencia a través de fragmentos y recuerdos, detalles y momentos. Esto permite que la pieza transite por distintos terrenos y formatos como el testimonial y el documental, incluso el epistolar o el monólogo interior, desde un distanciamiento completamente posmoderno y multidisciplinar que potencia que las facetas de autora y actriz tomen distancia se complementen sin superponerse.

¿Recuperar la vida una vez ya se ha vivido o apostar por todo lo que queda por vivir? No nos encontramos ante una pieza complaciente, ya que aquí se muestra lo complicado de aparcar y olvidar el dolor. Un braceo entre el afecto y la (in)comprensión que nunca se escuda en lo fácil o simpático. No nos situamos tanto ante un réquiem hacia la esperanza perdida al estilo lorquiano y sí ante una suerte de blog dramático y confesional con fuerte incidencia de distintos soportes audiovisuales. También se aporta una abundante recopilación de datos y obras referenciales que escalan el caso individual que se nos presenta hasta mostrar su verdadera repercusión social. Milla nos mostrará este proceso emocional y su impacto psicológico situándose desde un lugar (entendemos que mudable función tras función) de superación del duelo. Valentía, honestidad, descubrimiento, reinvención, verosimilitud (¿cómo ser creíble a ojos de una audiencia externa cuando se está «siendo» una misma?)… De este modo, momentos como la descripción de los pasillos del hospital o la asimilación de que si durante un periodo de tiempo (más o menos breve) la gestación ha seguido un curso favorable la maternidad ha sido una realidad, llegan a emocionarnos sobremanera porque es entonces cuando realmente sentimos nuestra doble función de acompañantes y acompañados.

La omnipresente puesta en escena de Cuéllar (dirección, escenografía y espacio sonoro) aleja la propuesta de cualquier atisbo de cotidianidad o realismo formal para adentrarnos en estos momentos intrínsecos que bien podrían representar los giros psíquicos de la gestión emocional de lo que se está escenificando. La elección de la banda sonora, así como la iluminación de Xavi Gardés, alumbra la oscuridad de tan complicado instante. Vital y escénico. Un envoltorio que también permite a la intérprete distanciarse de su yo real para poder desarrollar y liderar la pieza siguiendo los propios requerimientos de tan particular lenguaje interno.

Cómo Concha transforma la necesidad en generosidad y alcanza la reciprocidad es algo digno de admirar. Como espectadores somos conscientes del empoderamiento físico y psicológico de la protagonista de un modo que condensa en sesenta minutos un pedazo importante de su propia vida. Un recorrido cuya progresión se muestra también a través de un lenguaje corporal exquisito y realmente emocionante. Como las divas del pop se re-inventan disco tras disco, ella lo hará consolidando una fortaleza que lo es, precisamente, por la asimilación y reconocimiento sin tapujos de su yo más vulnerable y pletórico. Un yo que da respuesta en tiempo presente a un cuerpo que en su momento no lo hizo. De nuevo, y esta vez como intérprete, el trabajo con los movimientos es crucial e integra a las mil maravillas y con una celeridad progresiva distintos momentos coreográficos que insuflan vida y nos dejan con la boca abierta.

Finalmente, ESTIgMES resulta una pieza escénica que rompe lanzas a favor de la lucha contra la categorización única y sistemática de las mujeres. A partir del ejemplo y de la experiencia compartida de Milla lo que encontramos es un buen y útil ejercicio tanto a nivel individual como colectivo (entendido este último término en su vertiente más cercana a la comunidad y a lo social). Derribar tabúes para construir(se) de nuevo en un entorno no siempre favorable ni predispuesto como ejercicio de (re)descubrimiento personal y además erigirse como facilitadora y transmisora para el público de tan íntimo y no siempre complaciente viaje. Eso es lo que consigue nuestra compañera en esta aventura compartida con la que ya no es que alcance nuestra simpatía sino que despierta la empatía más profunda y espontánea, demostrando que sí se puede transformar el mundo dentro del momento espacio-temporal de la representación y, por extensión, fuera del mismo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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