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03.07.2020 Críticas  
Renacimiento: teatro deconstruido

La tristura le da la vuelta a los Teatros del Canal de Madrid, desmonta lo que se espera de un espectáculo dramático y traslada el escenario al backstage. Los protagonistas son los técnicos, las luces no están donde se esperan y los diálogos suenan a espontaneidad. Un montaje ave fénix, un espectáculo que nos demuestra la fuerza, energía y valor del teatro.

Que lo que nos ha pasado nos sirva para reflexionar y celebrar. Para pensar sobre quiénes somos, qué hacemos y cómo vivimos. Para festejar todo aquello de lo que somos capaces, fijándonos más en el tránsito que en la llegada, en el camino que en el destino. Eso es lo que implica y transmite este Renacimiento. Una propuesta que La tristura tenía previsto estrenar a finales de abril y que, virus mediante, no hemos podido disfrutar hasta ahora. Haciendo patente que el lenguaje del teatro es universal, o que sus creadores son unos visionarios, porque su propuesta encaja hoy tan bien como lo hubiera hecho semanas atrás.

Tras cinco primeros minutos de convencionalidad, de un escenario en el que asistimos a una égloga final de un triunfador en el campo de batalla cuyas palabras podrían haber sido escritas por Cervantes, Shakespeare o cualquier otro genio de la literatura, la ilusión se rompe. Pero comienza el ensueño, la caja escénica de la sala verde se desnuda ante los espectadores y se convierte en el espacio que acoge y el elemento en torno al cual pivota la acción. Hay algo místico y mágico, de ilusión, de tránsito hacia lo irreal y lo invisible en ese mostrar tanto su amplitud como la multitud de rincones que en el teatro convencional son invisibles a nuestros ojos.

Entre lugar y lugar, con sus correspondientes juegos de luces y striptease escenográfico (excelente trabajo de Roberto Baldinelli y Eduardo Vizuete), hasta diecisiete técnicos hablan sobre lo cotidiano, lo intrascendente, lo divino y lo humano, lo recurrente, llenan el silencio con diálogos que parecen vacuos, pero que también transmiten no solo quiénes son los que los enuncian, sino quiénes somos todos nosotros, la sociedad de la que formamos parte, y cómo hemos evolucionado en las últimas décadas. Aquello con lo que somos capaces de bromear (las menciones al Caudillo son hilarantes), lo que nos preocupa, las nuevas inquietudes, lo que nunca pensábamos que íbamos a vivir, la menudencia con que hoy se considera la épica y el logro de ayer, el no saber qué actitud tomar ante lo que está por venir, pero sí tener claro que hay que hacerse valer.

Renacimiento -coproducción de La tristura, el Théâtre de Liège y los Teatros del Canal– tiene grandes momentos y otros que parece transitar sin más, pero tiene un tempo invisible que lo estructura, lo articula y lo hace progresar. Más allá de la fluidez, la coreografía y la coordinación que se ve en escena, su valor está en que cada instante es resultado de todo lo sucedido hasta entonces y cada presente suma aquello para hacerlo progresar, crecer y llegar más alto, más lejos. ¡Larga vida al teatro!

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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