El Mercat de les Flors inaugura la primavera con el estreno de su primera producción dentro del proyecto CÈL·LULA. También incluida en la programación de la Quinzena Metropolitana de Dansa, Flamingos es una particular y expresiva exploración de Albert Quesada sobre el mundo del flamenco, a partir tanto del movimiento como del canto.
Especialmente relevante esa mirada surgida de la observación e influencia de la comunidad. La que formamos entre todos. De este modo, el paralelismo con la música afroamericana y como ésta es un reflejo de la suma de estilos y géneros fruto de las inquietudes de todos los que se manifiestan artísticamente a través de ella y su aplicación a la concepción de lo que el flamenco puede y debe ser, resulta un gran hallazgo. También, la metáfora del flamenco (el ave de la familia Phoenicopteridae) como figura de moda y estética. Casi una marca a la que todos nos acercamos o mediante la que nos identificamos en algún momento u otro. Así el baile y el sonido como arte y disciplina.
Esta exploración encuentra un itinerario favorable en la dramaturgia de Albert Pérez Hidalgo y Pau Masaló, que saben acompañarnos tanto en el cuestionamiento como en la exposición y en el desarrollo de esta idea del arte como explosión o destrucción de los cánones establecidos. También a partir de la elección (intuimos que de acuerdo con los artistas creadores) de las canciones que se usan en esta investigación. «¿Qué sabe nadie?», «I Have Nothing» o «Your Song» (versión Moulin Rouge!), entre otras. No solo sirven para ofrecernos solos, especialmente este último, arrebatadores sino que invitan a los bailarines a expresar su propia concepción de este baile y sonido de un modo tan íntimo como rompedor, cumpliendo y desarrollando así la premisa del espectáculo. Un lenguaje universal que supera cualquier idioma, algo que queda muy bien plasmado en esta pieza.
La idea, coreografía y dirección de Quesada sabe recoger y escuchar. Una labor creativa conjunta con los intérpretes Blanca Tolsá, Eliott Marmouset, Mario G. Sáez, Miquel Fiol, Katie Vickers, Laila Tafur, Víctor Pérez Armero y Viktoria Andersson. Hablábamos de los solos (en algún caso, cantado) pero es de justicia destacar la compenetración de los ocho y su osadía para interpretar una coreografía que parecerá una improvisación o exploración en vivo. Todos transmiten esa sensación de búsqueda copando y rodeando con talento el espacio escénico. Resulta muy reconfortante ver cómo se jalean y se rodean fundiéndose en los movimientos iniciados por otro compañero. También el uso que hacen de los micrófonos y la inclusión de la fuerza estética del vestuario de Jorge Dutor y Txell Janot.
Precisamente, las piezas que visten y desvisten a los intérpretes resultan de una fuerza expresiva deslumbrante. Por el material y por el diseño, también por las formas y formatos que visten ellas y ellos. Algo que promueve que la reflexión sobre la disciplina del flamenco incluya también la cuestión de género y que los bailarines integran perfectamente en su interpretación, a la vez que les caracteriza tanto en su aproximación al baile como hacia el título de la pieza. La maniobra es redonda gracias al diseño escénico y de luces de Cube.bz. El juego lumínico (a ratos sombrío) que promueve la pantalla favorece el resultado final, así como ese espacio abierto y blanco donde la libertad se convierte en algo tangible a la vez que de algún modo se promueve lo sinuoso de los movimientos.
Finalmente, Flamingos capta nuestra atención e interés también como comentario de texto coreografiado. Una suerte de feedback que lo es también para el espectador, ya que nos invita de un modo muy efectivo a pensar juntos, intercambiando lo que sentimos cuando nos enfrentamos a una pieza de baile, en este caso el flamenco. Un muy buen uso del ejemplo para hallar el motor mismo de un género y una disciplina y crear, descubrir y compartir sentidos nuevos, individuales o inexplorados.
Crítica realizada por Fernando Solla
