De algún tiempo a esta parte… Fracaso?, de Max Aub, se representa en el Teatro Español de Madrid, con dirección y adaptación de Maite Pérez Astorga, interpretada por María Pujalte y Ana Rujas; cuenta iluminación de Juan Gómez-Cornejo, vestuario de Paola de Diego, sonido y audiovisuales de JUMI (Daniel Jumillas) y espacio escénico de Lua Quiroga Paul.
La temporada madrileña debería ser celebrada por haber acogido La mujer más fea del mundo en las Naves del Español y Sucia en el Teatro de la Abadía, simultáneamente, siendo una celebración de la mujer, de la irreverencia y de sus autoras Bárbara Mestanza y Ana Rujas.
La Sala Fernando Arrabal de Las Naves del Español en Matadero de Madrid acoge uno de esos textos icónicos del teatro del Siglo XX. Marat-Sade se enmarca en ese teatro transgresor y político de los años 70. Peter Weiss creó una función rompedora, que en la versión que hoy nos ocupa queda algo desdibujada entre tanto dispendio escénico.
El ambigú del Teatro Kamikaze se inunda de una peculiar fealdad. La mujer más fea del mundo es un alegato incómodo sobre la perversión de los cánones impuestos. Ana Rujas se enfrenta a un monólogo que lanza dardos y recibe lágrimas. Atinada reflexión que combina dolor y denuncia.
La dama del suspense, Agatha Christie consiguió celebridad mundial gracias a relatos como el que llega ahora a las tablas del Teatro Amaya. Historias de ricos, en los estilosos años 30. En un crucero por el Nilo, el asesinato de una rica heredera desatará el suspense entre los viajeros. Víctor Conde dirige con su acostumbrada elegancia Muerte en el Nilo.
El Teatro Amaya de Madrid acoge hasta el 17 de marzo Muerte en el Nilo, una versión contemporánea del clásico de Agatha Christie dirigida por Víctor Conde, bajo la producción de Alain Cornejo. Un clásico de la literatura de suspense que promete divertir y tener al público en vilo. Un montaje que se espera con cierta expectación.
La Sala Atrium apuesta fuerte con La mujer más fea del mundo. La compañía La otra bestia nos golpea con una propuesta que se convierte en un certero proyectil contra la sobrexposición embellecida de nuestro vacío existencial. Una pieza que aprieta hasta desmoronar el más mínimo resorte de ese poder dominante al que servimos y que nos tiraniza desde las entrañas.