novedades
 SEARCH   
 
 

13.07.2016 Críticas  
Hasta que la boca le supo a sangre

Dieciséis años tenía la joven Estrella Morente cuando su padre, el ya mítico en vida e inmortal desde su muerte, Enrique Morente se unió a la banda de rock alternativo «Lagartija Nick» y parió el imprescindible «Omega», dando un golpe sobre la mesa y mostrándole al mundo entero que no solo de jondo vive el flamenco.

Si lo que hizo Paco de Lucía con la introducción del cajón o Camarón con La leyenda del Tiempo, para luego recular en su siguiente álbum, fue un salto evolutivo lo que grabó el cantaor granadino merece el apelativo de sideral. El alfa, el flamenco ortodoxo, ya lo dominaba, lo dominaba desde sus inicios y fue capaz de llegar hasta el omega pasando por todos los palos y cambiar el folclore musical español para siempre. Desde el inicio hasta el fin, en su camino dejó una huella indeleble entre los fanáticos tanto del cante como del rock. Morente fue el primero, y probablemente el único, cantaor de corazón con alma de rockero. El rebelde de los tablaos, el inconformista que llevaba siempre la contraria, el que no echaba la vista atrás, el que no aceptaba las presiones de los expertos; ese era Enrique Morente, genio y figura.

Poco antes de fallecer, su mujer, la bailaora Aurora Carbonell, le pidió que grabara un disco “normal, de flamenco, para la familia”; pero el bueno de Enrique, que creía que la revolución se hacía con sangre pero que no quería que le vieran cortando cabezas, siguió a lo suyo, revolucionando a su manera y haciendo lo que le pidiera el cuerpo en cada momento; metiéndose en otro desastre en busca de la hecatombe (sic). Lo suyo eran arrestos y los mantuvo hasta su último, inesperado e incomprensible estertor. Puede que no tuviera la mejor voz, que no fuera el cantaor más ortodoxo ni el mejor ejemplo de técnica pero el que sienta un poco de apego al flamenco o tenga algo de gusto musical, tanto ahora como en los años que están por venir, debería peregrinar una vez en la vida al cementerio de San José de Granada, abrazarse a su lápida y al socuello de la misma darle las gracias y echar un par de lágrimas, porqué su sombra es tan alargada que el sol no nos puede quemar.

Dieciséis años tenía y ahora, 20 años después de esa gesta, con 35 años y cientos de conciertos a sus espaldas su hija mayor, Estrella, se presenta en Barcelona para actuar en ese hermoso agujero excavado en piedra llamado Teatre Grec, en una de las noches más calurosas que se recuerdan en la capital catalana.

Al poco de empezar, tras un pequeño arreglo de sonido por un técnico despistado, la temperatura cayó en picado, no por capricho de la meteorología sino gracias al talento innato y la inmensa y potente voz de la Morente (no falla ni una nota esté en la octava que esté), logrando poner los pelos de punta a todos los presentes del festival; más de uno tuvo que echar mano de la chaquetilla que tanto sobraba poco antes para ya no quitársela más.

Estrella, acompañada de un grupo de músicos de aúpa, tanto los palmeros y coros, como los dos guitarristas y la percusión, dio rienda suelta a su amplio rango vocal durante los primeros 30 minutos que pasaron como una exhalación y fueron de lo mejor que se puede disfrutar en el panorama flamenco actual.

En su grupo de acompañamiento hay una gran distinción entre jóvenes y mayores; mientras unos son muy técnicos y más puros, por llamarlos de alguna manera, los otros suman a la ecuación la velocidad de ejecución (a momentos de escándalo) y el ímpetu juvenil que se va perdiendo con la edad. Pese a que la Morente es la estrella, todos los miembros tienen su momento de lucimiento, mención a parte el rapeo aflamencado y baile posterior del percusionista, llevándose la segunda mayor ovación de la noche. El talento llama al talento y de eso sabe un rato la granaína.

En la parte más íntima del espectáculo, la del cante jondo, Estrella Morente se queda sola con su guitarrista de toda la vida y mientras este arranca hermosas notas de las cuerdas de su guitarra, ella, en un quejío doloroso, se desgarra la voz hasta casi perderla.

Estrella Morente tiene mejor voz que su padre, eso hay que reconocerlo, se le dan tan bien las malagueñas o las granaínas como las bulerías o las soleás, y cuando le da al cante más suave y dulce muestra su cante mejor que en el jondo. No en vano, su canción más reconocible para el público profano es la versión del tango «Volver» de Carlos Gardel, y que no interpretó anoche.

Dos cosas tienen diferente los miembros de la estirpe de los Morente, la capacidad vocal y sobretodo la de experimentación, más desnivelado por el lado de la hija, aunque hay que reconocer que la jazzística «La Leyenda del Tiempo de Lorca» fue para quitarse el sombrero, bajar al escenario y darle un beso en la frente.

Hablando de la experimentación solo me queda decir que puede que los arrestos y la valentía no pasen a la siguiente generación, eso está aún por ver, pero el talento ¡ay el talento! mejora con los años.

Tanto es así que para finalizar se arrancó a cantar cerca, muy cerca, del público y sin micrófono, que es cómo debe escucharse el flamenco y lo poco que le quedaba ya de voz silenció toda la ciudad condal. Pero aún le quedaba un poco, muy poco, un hilillo apenas, para en su afonía, hasta así canta bien y no desafina aunque no le llegue la voz, invitar al que probablemente sea el mejor cajonero del mundo, “el Piraña”, y darse un cantecito con él. Apenas pudimos verlos juntos un breve espacio de tiempo, su garganta dijo “basta, hasta aquí hemos llegado” y el público se entregó en un sonoro aplauso a quien es la figura más grande del flamenco actual.

Como rezaba el final la novela «La Reina Descalza» del barcelonés Ildefonso Falcones: “canta, canta hasta que la boca te sepa a sangre”. Y vaya si sangró.

Crítica realizada por Manel Sánchez

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES