Espectacular cierre de temporada en la Biblioteca de Catalunya. El estreno de CAÏM I ABEL, escrita y dirigida por Marc Artigau i Queralt nos ofrece la posibilidad de asistir a una representación teatral insólita. Una filigrana dramaturgia que es a la vez retrato demográfico y mapeo sentimental sobre la configuración de la identidad y la noción de pertenencia a un territorio.
La obra se estructura a partir de varias confrontaciones (o contraposiciones). El mundo que conocemos, delimitado a través de las personas que hemos conocido y las experiencias que hemos vivido contra el mundo que viene de fuera. El autor nos conmueve con un particular retrato familiar y nos hace reflexionar sobre el discurso social de la inmigración. Del núcleo familiar a la reformulación de la idea de tribu y comunidad. Referentes bíblicos que lo son sólo como configuradores literarios de nuestra herencia cultural. Perpetradores de una manera de pensar y de entender el mundo. Artigau domina tanto los recursos literarios y poéticos como los genéricos (cuento, thriller social, humor, drama, tragedia, amor…) en lo que resulta una obra total, que lo abarca todo y que soporta tantos visionados como capas incluyen el texto y la dramaturgia.
La iluminación de David Bofarull permite que la ensoñación se torne corpórea sobre las tablas (o la tierra) de la Biblioteca. Aprovechando también la profundidad de la escenografía de Sebastià Brosa y Josep Iglesias que a la vez aprovechan la hondura que proporciona el trabajo audiovisual de Francesc Isern. Con una iluminación distinta conviven en escena el personaje que narra lo que recuerda con el personaje rememorado mientras se proyecta sobre el suelo o el fondo (o sobre los mismos cuerpos) lo que el segundo parece contemplar. La tierra será escenario, terreno, arena de playa, polvo y cenizas. Una única puerta (entrada y salida) delimitada como tal. Salida del escenario, entrada hacia el mundo proyectado. Capas y más capas de esta propuesta inabarcable en una reseña. El vestuario de Isabel Velasco refleja a través de pequeños detalles el paso del tiempo, de las tres últimas décadas.
En última instancia, el éxito de CAÏM I ABEL resulta culminante gracias a las interpretaciones de un elenco cuya intuición individual para con sus personajes amplifica la entidad épica de los múltiples papeles que defiende cada uno. La dramaturgia de Artigau propicia que seis actores interpreten distintos personajes. Lo que podría ser un detalle anecdótico se convierte en algo multidimensional, siguiendo la línea imperante en toda la propuesta. Habrá personajes compartidos por dos actores o actrices en distintas edades, actores que interpretarán a dos miembros del mismo clan familiar, distintas parejas encarnadas por el mismo dúo de artistas, mismos actores que interpretarán a autóctonos e inmigrantes, narradores que se convertirán en protagonistas y luego antagonistas para luego ser víctimas e incluso verdugos… Cada decisión servirá de sustrato que irá sedimentando con la siguiente y así sucesivamente. Juegos malabares que dejan atónico al espectador durante las tres horas de duración de la obra. Lo difícil bajo la apariencia de la más absoluta sencillez. Espectacular.
Finalmente, nos entusiasma CAÏM I ABEL por su epopeya de la cotidianeidad. Por la emoción con la que recibimos la interpretación de Berta Giraut en todas sus facetas, así como por el impacto que provoca Jordi Figueras. Por la comicidad entre Sergi Torrecilla y Clara de Ramon y por la confabulación de Marc Rodríguez y Lluís Villanueva en lo fraterno de la relación de sus personajes. Por las maravillosas réplicas escritas por Artigau, así como por su capacidad de observación de una realidad individual y social (parte vivida y parte infundada, imaginada) convertida en materia teatral de muchos quilates.
Por la inquietud por plasmar los pautas de comportamiento del mundo que nos rodea siempre a partir de personajes concretos y alejándose de cualquier juicio moral. Por la reflexión inherente durante la ejecución de la función sobre el papel que juega el teatro como espejo de la realidad que refleja. Por enseñarnos los hilos pero a la vez descubrirnos a nosotros mismos a través de los personajes, como hacen los actores ante el público. Por la renuncia a mirar hacia otro lado para vernos reflejados en los ojos del camarada o enemigo (ni lo uno ni lo otro o tanto da). Por la plasmación de la figura de tantos tipos de inmigrante como queramos ver. Y especialmente por la inclusión de una historia dentro de otra y de otra más. Así es el mundo (“Il mondo” de Jimmy Fontana en la monumental escena del karaoke) del pasado, presente y futuro. El que queremos recordar y el que será olvidado. Y así queremos que siga siendo el modelo teatral autóctono. Nuestra realidad cultural. Un texto que podríamos calificar como nueva autoría contemporánea que desde ya mismo se ha posicionado como universal. Gran propuesta la de Marc Artigau i Queralt y La Perla 29.
Crítica realizada por Fernando Solla