Durante el mes de Junio, el Teatro Poliorama vuelve a programar ANDRÉ Y DORINE, el último éxito de la compañía Kulunka Teatro. Una historia de amor preciosa e intensa que te dejará pegado a la silla. No hay palabras, solo gestos; pero con ellos, lo dicen todo.
A la compañía vasca Kulunka Teatro y su opera prima ANDRÉ Y DORINE les preceden los éxitos cosechados alrededor del globo, en veinticinco países, durante los últimos cinco años. Les acreditan, además, el Premio del Público y el Premio a la Mejor Dramaturgia en el “BE. Theatre Festival in Birmingham”, y el Premio Villanueva a Mejor Espectáculo Extranjero en el “Festival Internacional de Teatro de La Habana”. Y, por si fuera poco, el reconocimiento de crítica y público en las anteriores ocasiones que han pasado por la ciudad condal.
Con un currículo así, con unos avales de estas características, sobran las palabras. Parece redundante reafirmar lo que está sobradamente probado, lo que ha sentenciado ya la opinión mayoritaria. Aun así, añadiremos otra a la lista de elogiosas críticas, porque la obra bien lo merece.
ANDRÉ Y DORINE son una pareja de ancianos que no por haber llegado a la vejez dejan de hacer lo que les apasiona: él es escritor, se pasa el día delante de su máquina de escribir; ella, violoncelista, siempre con el arco en la mano. Pero la placidez de la senectud se ve interrumpida por la más atroz y terrorífica de las enfermedades, el Alzheimer. Junto a la pareja y a su hijo, el espectador vive el proceso de la enfermedad y asiste también a los momentos más importantes de sus vidas, en un último intento de André por salvaguardar los recuerdos de su amor.
Kulunka Teatro tienen la osadía de tratar un tema espinoso y delicado desde lenguajes escénicos que prescinden de la palabra: la máscara, el gesto, la música. Lenguajes universalmente comprensibles y que son parte importante de su éxito, ya que con ellos logran transmitir la historia a cualquier espectador allá donde van. Se nota la experiencia y el talento de los tres intérpretes, Jose Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo, que se encargan de dar vida a todos los personajes, intercambiándose los papeles cuando es necesario. También la buena percepción escénica de su director, Iñaki Rikarte. Los cuatro, junto con Rolando San Martín, ayudante de dirección, firman la dramaturgia de la pieza.
El trabajo de expresividad corporal, de gesto, es acurado, preciso, impecable. Se sabe en todo momento qué se dicen los personajes, qué piensan, qué sienten. Y se siente con ellos, se ríe con ellos, se sufre con ellos, se llora con ellos. Las máscaras elaboradas por Garbiñe Insausti, en lugar de restar expresividad a sus rostros, realzan la del resto del cuerpo por lo bien hechas que están, por lo reconocibles que resultan. Y la música, compuesta por Yayo Cáceres, envuelve el conjunto a veces, o lo deja significativamente silencioso otras, para subrayar la importancia del sentimiento que flota en ese instante y que aflora también en el público.
Es inevitable dejarse llevar por la historia de esta familia; es inevitable emocionarse con ella, sobre todo si se reconocen las situaciones causadas por la terrible enfermedad; es inevitable reírse en numerosas ocasiones; es inevitable también empatizar con los protagonistas, que terminan resultando entrañables. Y, finalmente, es inevitable recomendar ANDRÉ Y DORINE.
Crítica realizada por Esther Lázaro