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31.05.2016 Críticas  
MONÓLEG DEL PERDÓ, el porqué de las palabras

«Es que un monólogo, no sé, ¿quieres decir? A mí, del teatro me gustan los diálogos… quiero que pasen cosas… ¿Y de qué trata? Es un cuento, hay una historia ¿o qué? O sólo deliráis…”. Esa frase, pronunciada en boca del personaje de Marta, una grandísima Blanca García Lladó, podría ser, además de encabezado, resumen de la crítica del MONÓLEG DEL PERDÓ.

No es una obra sin pies ni cabeza pero es una obra cuyo guión pretende hilvanar y engarzar tres historias independientes, unque el autor parezca querer dependizarlas, que se sujetan con hilos tan finos como fácilmente rompibles.

Un actor quiere escribir una obra, un monólogo que tenga fantasía, magia y algo de western. Su pareja le ayuda y, entre ambos, crean en el comedor de su casa un “duólogo” de 70 minutos de duración donde se entremezclan, más agitados que mezclados, un cuento de Andersen, la vida de la célebre Calamity Jane (aquí Joana Calamitat de la Plana), y los pensamientos de la propia chica; que es la protagonista indiscutible de la obra.

Ese batiburrillo de reflexiones poéticas, cuentos e historia ¿real? (como decía el periodista del famoso western El hombre que mató a Liberty Valance: “cuando la historia se convierte en leyenda, imprimimos la leyenda”), se nos presenta sin orden ni concierto. Más bien es como un monólogo interior sin filtro alguno que circula por la cabeza del personaje de Blanca García Lladó y sale por su boca porqué es el único sitio por el que puede salir algo medianamente inteligible para el público. Eso sí, con un lenguaje y un léxico tan poético y lírico como rítmico y agradable para el oído.

Tal vez el MONÓLEG DEL PERDÓ sea una obra más comprensible si es leída, pero menos disfrutable como experiencia global. Menos disfrutable porqué tan importantes son las palabras en sí, más bien la sonoridad de las mismas y la tonalidad en su pronunciación, como el trabajo de los actores, tanto de dicción como de expresión corporal. En el MONÓLEG DEL PERDÓ la fisicidad interpretativa es crucial para que el espectador preste atención a la actuación y no intente encontrarle sentido a lo que dicen, por qué no importa.

Enric Casasses no ha escrito una obra al uso. Él es sobretodo poeta y la poesía es sentimiento; puede que no la entiendas exactamente como su autor quiere que sea entendida pero despierta algo en ti. Lo que te queda al salir de la Seca es la sensación de haber visto algo que marca aunque no sepas su significado, aunque no sepas como explicarlo. O puede que sea todo una locura sin pies ni cabeza, con unas enormes carencias y agujeros de guión tapados gracias al trabajo de los actores y la buena elección por parte del director de elementos que permiten una identificación más clara del espectador hacia lo que ve en escena.

No sé exactamente cuál es la pretensión por parte del dramaturgo de cara a cómo debe disfrutarse su obra; si realmente quería explicar una historia o varias a la vez. O si solo quería hacer un poema de poco más de una hora que revolviera sentimientos más por el cómo se dice que por el qué se dice. He de reconocer que apenas recuerdo frase alguna pero que la sensación que tenía al salir del teatro sigue en mí, algo tendrá que ver el escritor en ello.

Lo que sí sé es que la elección de Blanca García Lladó y Joan Sirera es un acierto total. El personaje todoterreno de uno no desluce al más sereno del otro; ni que tener más frases siempre es mejor que tener menos. Si hay algo en el escenario es para que sea usado y no para hacer de florero, que tanto expresa una frase como un objeto inanimado si se utiliza correctamente.

Pero sobretodo, lo que sí sé y de lo cual tengo la más absoluta certeza aunque no posea datos empíricos ni científicos que lo avalen, es que la poesía nos despierta sentimientos arcanos que nuestro cabeza no alcanza a comprender pero sí nuestro cuerpo; porqué los seres humanos estamos hechos de la misma materia que ella.

Crítica realizada por Manel Sánchez

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