Dice la historia que el dadaísmo es un movimiento vanguardista artístico y literario iniciado por Tristan Tzara y Hugo Ball en 1916, en un café de Zurich. Para algunos era una visión crítica sobre el arte que abría posibilidades tan nuevas como ancestrales; otros tildaron su ruptura de “anti-arte”.
Sea como sea, el CABARET VOLTAIRE de Ball y Tzara rompe también las fronteras del espacio y el tiempo y se instala durante algunas noches en el Espai Brossa-La Seca de Barcelona.
A quien hay que agradecérselo es a dos compañías de El Prat de Llobregat: la veterana Teatre Kaddish, que celebra su 40º aniversario, y la más joven Nozomi 700 Teatre. Juntas escogieron, en 2008, demoledores poemas fonéticos y otras invenciones absurdistas, anarquistas y provocativas que hace 100 años reunieron a un puñado de creativos internacionales dispuestos a subir a un escenario a innovar.
La complicación técnica de algunos de estos números quizás no es aparente en primera instancia: no se trata de improvisar, no se trata de generar caos aleatorio, sino de, por ejemplo, repetir sonidos inventados, ajenos al lenguaje de cualquier idioma humano pero poéticos, exactamente como fueron concebidos. Los actores (Pau Bou, Maria Donoso, Xavier Llorens y Albert Riballo) se ven, en el caso de los poemas fonéticos, obligados a una disciplina férrea para dar a cada partícula el sentido buscado sin que las palabras lo tengan de por sí, repitiendo esquemas y ofreciendo variaciones que acaban tomando un cariz hipnótico. No sólo el pop art o el surrealismo deben mucho al dadaísmo, sino también la música electrónica más moderna, el house, el techno, el dubstep.
La primera parte de la obra es la más experimental, y la que pide más al que acude al CABARET VOLTAIRE: los cuatro intérpretes forman un todo muy bien engrasado bajo la dirección de Xavier Giménez Casas, aunque si hubiera que destacar a alguno tal vez podría elegirse a Donoso y Llorens; la segunda se vuelve más didáctica, contándonos los orígenes históricos y filosóficos de la idea de Hugo Ball y Tristan Tzara, e interpretando piezas más cortas que oscilan entre el recital poético, la farsa ácrata y la performance. En conjunto, el espectáculo dura apenas una hora, algo que le sienta muy bien.
Estese por tanto, el espectador, preparado para algo diferente, que puede poner a prueba su relación con el teatro y con la poesía, pero que le premiará, si abre su mente y se deja empapar por la raíz de los conceptos, con una experiencia muy especial. Un viaje en el tiempo al origen de muchas de las reflexiones sobre el lenguaje y la mismísima sociedad que siguen a la orden del día, y una ocasión como pocas de experimentar una ducha de originalidad con una profesionalidad y frescura apabullantes.
¡Oka oka oka!
Crítica realizada por Marcos Muñoz