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14.04.2016 Críticas  
Delicada muestra de teatro simbolista

Hermann Bonnín asume con el estreno de INTERIOR la que probablemente sea una de las propuestas más arriesgadas de toda la temporada teatral. Poner en escena una pieza de Maurice Maeterlinck no es tarea fácil. Ampliamente conocido como representante del teatro simbolista, sus obras no suelen escenificarse con la misma asiduidad que las de otros autores referenciales.

El montaje que podemos ver en sala Joan Brossa de La Seca muestra un respeto por las máximas estilísticas del género sin renunciar al punto de vista del director de escena. Bonnín se ha apoyado, principalmente, en la dramaturgia de Sabine Dufrenoy y la imprescindible traducción de Jordi Coca. La principal premisa que parecen haber seguido todos los implicados en la puesta en escena es mantener esa poética que habla del alma humana con una atemporalidad absoluta.

El escenario vacío, delimitado por tres gradas que forman un rectángulo que queda cerrado por la pared de roca de la sala. Tres serán los espacios en los que se desarrollará la evocación. El río, el jardín de una casa y el interior de la misma. Para trasladarnos de uno a otro, el movimiento y disposición de los cuatro intérpretes. Sus silencios, sus paradas y las miradas. Al público, a un punto indefinido o perdido y entre ellos. Esta suerte de espacio onírico fortalece una nueva mirada simbólica sobre la condición humana, situándonos en una especie de no tiempo – no lugar. En este terreno, Bonnín y Dufrenoy se muestran fieles a la voluntad del autor, desarrollando a la vez su particular visión. El movimiento escénico de Leo Castro resulta fundamental, consiguiendo con su trabajo poner en marcha la inacción intrínseca del texto a partir, paradójicamente, del movimiento de los intérpretes.

Para contrarrestar todo lo que sucede en silencio, mientras los actores callan, Orestes Gas ha conseguido crear una atmósfera que potencia el matiz psicológico de la espera de los protagonistas para enfrentarse al drama. A la tragedia de la cotidianidad. ¿Qué sucede mientras los personajes aguardan para comunicar el suicidio de una joven a su familia, pasada la medianoche? A ellos, a los ilusos familiares contemplados desde el exterior de su casa, al público… Pero también a la misma muchacha, a Mélisande. Si no hay acción posible en la obra, ¿cómo mostrar el suicidio, es decir, el detonante de la no acción de los protagonistas? A través de la voz en off de este quinto personaje ausente (Nausicaa Bonnín). El espacio sonoro es de una precisión exquisita. La combinación del off con los sonidos naturales, así como con la proyección de la voz (no microfonada) de los intérpretes facilita que no perdamos detalle en ningún momento.

Apoyando este efecto onírico las fotografías y vídeo de Kiku Piñol y la simbología proyectada sobre el suelo de Joan Cruspinera, que mostrará lumínicamente las progresivas fisuras de este mundo interior donde quizá empieza a verse una mínima exhalación de luz. Este efecto provocará esa extrañeza y sensación de distanciamiento por parte del público, detalles imprescindibles para fijar nuestra atención en lo verdaderamente importante de la obra. Lo que no se ve. Lo que no se dice.

El vestuario de Nídia Tusal y la caracterización de Toni Santos remarcan esta atemporalidad perenne durante toda la representación. Especialmente en el caso de ellos (Carles Arquimbau y Òscar Intente) y algo más contextualizada en la actualidad en el caso de ellas (Padi Padilla y Laura de Mendoza). Lo mismo sucede con sus interpretaciones. Y de esta combinación resulta la multiplicación de distintas miradas sobre un mismo hecho. De nuevo, la atemporalidad del proceso interno de todos ellos. De todos nosotros.

Bonnín, que ya dirigió “La intrusa” del mismo autor en el anterior Espai Escènic Joan Brossa, sobresale en la dirección de los cuatro actores presentes en escena. La comprensión de que los silencios (nunca pausas) muestran lo que sucede en su interior consigue una elocuencia muda y sorda del temor de todos ellos. El aplomo de los cuerpos contrarresta la intensidad de sus miradas. Mirando hacia el río imaginario, hacia el interior de la casa que no está… ¿Qué es el interior? A pesar de que la fortaleza simbólica nos dará una conclusión más o menos discernible, cada espectador podrá ejercitar esta pregunta en función de su experiencia vital y, en segundo lugar, de la localidad asignada.

Por todos estos motivos, INTERIOR es una obra que merece ser vista y, teniendo en cuenta las características de la puesta en escena, escuchada. Pero especialmente, requiere ser pensada, reflexionada. Asimilada. Todo espectador que se deje guiar por la dirección de Bonnín (y por estos cuatro intérpretes) tiene asegurado un proceso interno de discernimiento y conocimiento de la esencia humana y la psicología individual, con unas connotaciones alegóricas y elusivas tan implícitas, que pocas veces se suele ver sobre las tablas.

Crítica realizada por Fernando Solla

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