El teatro siempre se ha usado como herramienta para transmitir el malestar de los tiempos y para denunciar las injusticias, las actitudes y las verdades más duras a las que nos enfrentamos en la realidad, pero pocas obras he conocido que lo hagan de una manera tan directa como RAGAZZO.
Basado en el asesinato de Carlo Giuliani y en las protestas que hubo en Génova en 2001 durante la reunión del G8, RAGAZZO vuelve a traer a escena la problemática del que denominamos “la democracia moderna”.
La obra comienza con el mal despertar del RAGAZZO provocado por los helicópteros que vigilan la zona donde se reúnen los líderes del mundo: la zona rossa. El protagonista, un joven de 23 años, de grandes ideales, vive tranquilamente en su piso okupa y participa en el Fórum Social Mundial, donde se debaten alternativas a la globalización y métodos de protesta pacífica. Se trata de un personaje muy real: el arquetipo de punky que podría encontrarse en asambleas o en conciertos de ska. Sin embargo, lo que llama la atención de RAGAZZO es su inocencia. Un joven que, a pesar de conocer la idiosincrasia del mundo occidental, mantiene sus deseos de cambio. Un joven que aspira a la coexistencia pacífica y que, lo más importante, tiene miedo a ver su vida desaprovechada, consumida por la maquinaria inhumana de la realidad. Un joven que se enamora, que piensa y que tiene miedos.
El actor, Oriol Pla, aborda estos temas al principio de la obra es muy cordial, con mucha interpelación a la audiencia y con un punto de vista muy humilde, a veces incluso con tonos cómicos. Pero todo esto cambia cuando se precipitan los acontecimientos y una sección de los manifestantes, la Columna de los Desobedientes, decide adentrarse en la zona rossa. El escenario se destruye y pasa a convertirse en un campo de batalla. La música reggae pasa a estar silenciada por los ruidos de helicópteros, botellas de gas lacrimógeno y pelotas de goma disparándose. Allí es cuando descubrimos la cara humana del RAGAZZO: rodeado de violencia, con todas las pretensiones de la democracia moderna desmoronándose, se da cuenta de la importancia de lo que significa ser humano en este mundo. Cuando la obra no podría ser más sombría, llega el último golpe final a este monólogo: cuando RAGAZZO, el joven antisistema, se da cuenta demasiado tarde de su mortalidad y de la fragilidad de su existencia.
La directora, Lali Álvarez, ha hecho un excelente trabajo construyendo esta obra y tejiendo los mensajes de protesta. La manera tan humilde en la que nos presenta a RAGAZZO y la manera tan brutal en la que acaba todo destruido hacen que las aspiraciones del joven queden rondando en las mentes de la audiencia, recordándonos siempre el precio que hay tras el mundo en el que vivimos. Si vais a estar en Barcelona los próximos días y no os importa gastar parte de vuestro tiempo en un pequeño teatro como es Eòlia, os aseguramos que os encontraréis una obra de gran calidad. Una pequeña gema escondida, pero dispuesta a hacerse oír.
Crítica realizada por Rubén Recio