
El Teatro Fernán Gómez de Madrid comienza la temporada con American Buffalo. Un ejemplo de teatro de texto de David Mamet que la dirección de Ignasi Vidal sabe aprovechar gracias a la capacidad interpretativa de Israel Elejalde, David Lorente y Roberto Hoyo.
American Buffalo nos invita a entrar en la trastienda de un destartalado comercio de compraventa de objetos usados en el Chicago de los años setenta del siglo XX. Don, el dueño del local, se siente engañado tras haber vendido demasiado barata una moneda de cinco centavos con el icónico búfalo americano. Plan que se cruza con las propias intenciones de dos amigos y habituales visitantes de su tienda, el joven Bob y el buscavidas Teach. Esa aparente nimiedad se transforma en un juego de intrigas, recelos y pequeños delirios de grandeza que revelan cómo estos tres hombres tratan de encontrar su lugar en un mundo que no les considera.
La moneda es el detonante, pero lo que realmente está en juego es la dignidad, la lealtad y la forma en que el capitalismo devora a los más vulnerables. Escrita en 1975, American Buffalo fue el primer gran éxito de David Mamet. Con esta obra se consolidó como el dramaturgo que mejor retrató la falsedad del sueño americano, esa cara oscura que suma frustraciones, timos de poca monta y la ilusión, casi infantil, de un golpe de suerte que cambie el destino.
Curioso pensar cómo aquel autor crítico y ácido que, con un estilo cortante y ritmo áspero y audaz, diseccionaba las trampas del capitalismo, se convirtió con los años en un defensor público del trumpismo. La paradoja resulta tan teatral como sus obras, quien denunció los espejismos de la prosperidad acabó abrazando el relato del personaje que hizo de esas manipulaciones su bandera.
Volviendo a lo que nos atañe, al montaje que se puede ver en la sala Guirau del Teatro Fernán Gómez, la dirección de Ignasi Vidal apuesta inteligentemente por dar todo el protagonismo a Israel Elejalde, David Lorente y Roberto Hoyo. Trio que sostiene con maestría el pulso del montaje y en el que cada uno encarna su personaje con precisión quirúrgica. Elejalde aporta hilaridad y gravedad, Lorente le proporciona materialidad y precisión y Hoyo la fragilidad que da humanidad al conjunto.
La escenografía (David Pizarro y Roberto del Campo) y el vestuario (Sandra Espinosa) recrean con acierto la atmósfera de un comercio venido a menos, lleno de trastos que parecen testigos mudos de los fracasos de sus dueños. La única pega que señalaría es la iluminación (Felipe Ramos). Demasiado fría, fluorescente, rompe con la calidez que uno imagina en una tienda americana de medio siglo atrás.
Estamos ante un claro ejemplo de teatro de texto, un género que apuesta por el poder de la palabra frente a la espectacularidad de lo visual. Aquí no hay artificios. Todo descansa en los diálogos, en la tensión de las réplicas, en la manera en que los silencios dicen tanto como los parlamentos. Para el equipo actoral esto supone una exigencia máxima, mantener vivo el interés únicamente a través del verbo.
Programar American Buffalo es, sin duda, una apuesta segura. El público se siente cómodo (re)encontrándose con un clásico contemporáneo que nunca pierde vigencia. También es cierto que funciona como un fondo de armario. Elegante, necesario para abrir temporada, pero no sorprendente. Teniendo en cuenta el momento que vivimos, necesitamos un teatro valiente, montajes que arriesguen, obras y planteamientos que, como la propia moneda de búfalo, brillen por inesperadas.
Crítica realizada por Lucas Ferreira




