Una vez más, tengo el placer de ver una producción del Ballet de Barcelona, esta vez con el clásico Giselle en el Teatre Condal de Barcelona. Bajo la dirección artística y escénica de Chase Johnsey y Carolina Masjuan, se nos presenta, en forma de danza, una profunda reflexión sobre el amor, la traición y la redención.
Desde el primer momento, el escenario se convierte en una ventana al alma. Vida, muerte, amor y dolor se entrelazan en un lenguaje corporal impecable. La magia escénica se revela a través de nuestros sentidos: escuchamos, observamos, sentimos y comprendemos… todo mediante la danza.
La partitura original de Adolphe Adam guía la emoción, influenciada por el Ballet Nacional de Cuba y bajo la coreografía de Leandro Sanabria Pérez. La compañía del Ballet de Barcelona —compacta, sólida, expresiva— ejecuta una obra técnicamente desafiante con precisión y arte.
Giselle está dividida en dos actos, que funcionan como una antítesis el uno del otro. En el primero, todo se tiñe de una atmósfera luminosa, como de cuento de hadas. Matt Deely, responsable de la escenografía, recrea un entorno con colores vivos y paisajes de ensueño, apoyado por el vestuario de Anarosa Ramos y Carles Solé, que nos transporta a la época de la regencia con vestimentas detalladas y elegantes. Sin embargo, en el segundo acto, todo cambia. La luz se apaga -literal y simbólicamente— y nos sumergimos en un ambiente gélido y oscuro. La escenografía se transforma por completo, así como el vestuario, marcando un giro dramático que intensifica la carga emocional.
Si hay algo a resaltar, es la impecable técnica del cuerpo de baile, cuya ejecución es absolutamente espectacular. Las coreografías están perfectamente sincronizadas con la música, y nos sumergen en la historia sin dejarnos un solo momento de respiro. En el primer acto predominan los movimientos delicados, los gestos amorosos y los momentos de alegría y celebración. Pero en el segundo acto, emerge la parte más humana, más vulnerable: los sentimientos se exponen sin filtros, acompañados por una danza más intensa y dramática.
Quiero destacar especialmente una majestuosa escena en el acto II. La coordinación entre todas las bailarinas es impresionante, precisa hasta el mínimo detalle. Es una escena cargada de simbolismo, pero también de disciplina y rigor técnico, que se siente incluso en la respiración del público.
Giselle no solo cuenta una historia. La danza aquí no es un medio, es un fin en sí mismo, capaz de tocar fibras que no te esperas. Esta versión del Ballet de Barcelona consigue despertar sentidos dormidos, remover emociones profundas y hacernos reflexionar sobre el amor, la pérdida y la fragilidad del alma humana.
Siempre es un placer presenciar un trabajo tan completo, donde no solo brillan los bailarines, sino también todo el equipo escénico que lo hace posible: producción, dirección, escenografía, vestuario y música trabajando al unísono.
Un enorme reconocimiento al Ballet de Barcelona, porque en cada obra se superan. La evolución se nota: hay entrega, pasión y alma en cada paso, en cada nota, en cada mirada. Estos grandes profesionales de la danza siguen sorprendiendo, elevando clásicos como Giselle con una fuerza renovada, haciendo que, gracias a la música de Adolphe Adam, no quieras dejar de escucharlo, verlo… y aplaudirlo.
Crítica realizada por Yadi Agurto