El Teatro de la Abadía de Madrid acoge el estreno de Los yugoslavos, obra escrita y dirigida por su director artístico, Juan Mayorga. Una historia sobre la ausencia protagonizada por Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas que llena la sala Juan de la Cruz con su propuesta reflexiva, aunque demasiado dispersa para este espectador.
El telón se alza sobre un bar regentado por Martín (Javier Gutiérrez) y su esposa Ángela (Natalia Hernández), quien ha caído en un silencio profundo tras dejar de trabajar y hablar. Una noche, Martín ve cómo un cliente, Gerardo (Luis Bermejo), logra animar a otro comensal con su palabra. Impulsado por la esperanza, le pide que intente lo mismo con su mujer. A partir de ahí, Ángela deambula por la ciudad con un mapa, en busca de un lugar llamado “Los yugoslavos” hasta que Cris, la hija Cris de Gerardo (Alba Planas), le cambia su mapa por otro. Intercambios de mapas y palabras sobre la tristeza, el amor, la esperanza y el poder transformador del lenguaje.
Juan Mayorga, autor y director de La Abadía, ha construido una carrera sólida explorando la memoria, la identidad y el poder del lenguaje. Obras como El chico de la última fila, Reikiavik y El cartógrafo le consagraron como uno de los dramaturgos más introspectivos de las últimas décadas. En producciones recientes como Silencio e Intensamente azules, se ha adentrado en territorios más internos y simbólicos. Ahora, con Los yugoslavos, retoma sus obsesiones: el enigma de la comunicación, la capacidad sanadora o devastadora de las palabras, y esa búsqueda íntima de un lugar al que pertenecer.
Este montaje, sin embargo, falla por una dirección que prima lo individual por encima de lo colectivo. Cada intérprete –Gutiérrez, Bermejo, Hernández y Planas– está trabajado con atención, pero no consiguen vertebrarse. La propuesta escénica destaca más por la presencia aislada que por la interacción, dando la sensación de que Mayorga ha dirigido quasi monólogos conectados en lugar de construir un cuerpo dramático unificado.
Y ahí reside el principal déficit de Los Yugoslavos. Un reparto de alto nivel -con Javier Gutiérrez desplegando su naturalidad habitual, Luis Bermejo aportando ambigüedad, Natalia Hernández transmitiendo una depresión contenida y Alba Planas perfilando un viaje iniciático-, pero que no termina de converger en una dinámica de conjunto. La falta de complicidad escénica se traduce en una insuficiente intensidad emocional.
La escenografía, concebida por Elisa Sanz, dispone tres ambientes: el bar, la casa y la ciudad en dos niveles. Es una idea creativa, que ofrece riqueza visual y disposición metafórica, pero se percibe poco habitada. Los espacios existen, pero no respiran con los personajes; transitar entre ellos no genera fluidez ni verdad dramática, lo que resta fuerza a los desplazamientos emocionales.
En síntesis, Los yugoslavos ofrece un texto rico y sugerente, fiel a la esencia reflexiva de Mayorga, y con un elenco solvente. Pero, en esta puesta en escena, el texto y la dirección no logran elevarse. Lo que podría haber sido una experiencia teatral íntima y poderosa se queda en un ejercicio intelectual estimulante, pero emocionalmente tibio.
Crítica realizada por Lucas Ferreira