Enfrentamientos, malentendidos, desesperación, pasión, esperanza y deseo. Este torbellino de emociones envuelve Los dos hidalgos de Verona, la obra de William Shakespeare que llega esta temporada al Teatro de la Comedia de Madrid. Bajo la dirección del británico Declan Donnellan, la pieza ofrece al espectador una experiencia hilarante que descompone con agudeza la compleja maquinaria del amor en todas sus formas.
Celos, engaños y tensiones románticas se entrelazan en esta comedia de enredos protagonizada por Valentín y Proteo, dos amigos cuya lealtad se ve amenazada cuando ambos se enamoran de la misma mujer en Milán. El primero, de primeras escéptico del amor, y el segundo, entregado desde el principio a una pasión desbordada, deberán enfrentarse a sí mismos, entre ellos y a sus amadas, en el incierto y turbulento juego de pasiones.
Los personajes, interpretados con muchísima gracia y entrega por Manuel Moya y Alfredo Noval, se lucen gracias a la presencia de sus amadas, Julia y Silvia, quienes sostienen con fuerza la trama mediante sus intervenciones cómicas y diálogos sutiles, interpretados a la perfección por Irene Serrano y Rebeca Matellón. Ambas actrices se mantienen constantemente en escena como parte de una clara decisión escénica. El reparto en su conjunto ofrece una interpretación fresca y muy gestual, que acerca con esta obra del siglo XVIII al público contemporáneo.
En este sentido, cabe destacar la intervención de la cómica Goizalde Núñez, que encarna varios personajes secundarios —como la música, la bandida o Lucetta, criada de Julia—, pero brilla especialmente al interpretar a Lanza, el siervo que en el texto original protagoniza una escena cómica con un perro y que, en esta adaptación, sirve para desarrollar una trama metateatral que generó las carcajadas más sonoras del público.
Como contrapunto, la escenografía. Diseñada por Nick Ormerod —quien también colaboró con Donnellan en la adaptación del texto dramático y del vestuario, este último actualizado a nuestros tiempos—, apuesta por un minimalismo que pretende resaltar el trabajo actoral. Sin embargo, la propuesta resulta algo vaga en su ejecución, ya que los actores solo cuentan con una pantalla LED que indica al público el lugar y el tiempo de la acción.
Más allá de esta visión estética, Los dos hidalgos de Verona resulta una obra divertidísima que nos permite comprender los inicios del gran dramaturgo británico, ya que anticipa los grandes temas que desarrollará en obras más icónicas como Romeo y Julieta o Sueño de una noche de verano.
Crítica realizada por Judith Pulido