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30.04.2025 Críticas / Crónicas, Teatro  
Orlando – Crítica 2025

Marta Pazos trae al Teatro María Guerrero de Madrid (Centro Dramático Nacional) su muy particular interpretación de Orlando, obra cumbre de Virginia Woolf. Montaje con mensaje político acorde a los tiempos de impulsos retrógrados que vivimos, pero resuelto más como una vibrante performance que como una representación teatral.

Adaptar Orlando, la novela de Virginia Woolf, es un reto de vértigo. La autora británica propuso en 1928 un texto híbrido, entre la biografía ficticia, la sátira histórica y la exploración de identidad de género, a través de un personaje que vive cinco siglos y cambia de sexo sin perder un ápice de su coherencia interior. Woolf construyó un viaje poético y filosófico que desafía los límites de la narrativa lineal, algo que en teatro exige no solo una traducción del lenguaje, sino una reinvención formal. Marta Pazos acepta el reto y lo traslada, en colaboración con Gabriel Calderón, a escena con una propuesta visualmente poderosa, aunque narrativamente irregular.

La directora gallega, conocida por una estética colorista, barroca y decididamente performativa, da continuidad en Orlando a la línea que desarrolló en montajes como Juana de Arco, que dividió a la crítica entre quienes celebraron su atrevimiento y quienes lamentaron la dispersión dramatúrgica. En esta ocasión, Pazos vuelve a apostar por un lenguaje más próximo a la performance que a la representación convencional, con un ritmo fragmentado, fuerte carga simbólica y un uso expresivo del cuerpo como vehículo de discurso.

Visualmente, Orlando es deslumbrante. La escenografía (Blanca Añón) y el vestuario (Agustín Petronio) construyen un universo plástico cargado de referencias barrocas y guiños pop. Los juegos de luces (Nuno Meira), el empleo del color y la ruptura constante del espacio escénico conforman una experiencia sensorial potente. Las coreografías (Mabel Olea), en especial las grupales, son de una precisión y expresividad encomiables. Y los desnudos, que siempre habrá a quien escandalicen, están tratados con inteligencia escénica y coherencia conceptual, conceptualizan la libertad del cuerpo y sus transformaciones. Y envolviendo todo ello la excelsa partitura y el ambiente sonoro diseñado por Hugo Torres.

Sin embargo, en el plano narrativo, este montaje no transmite un propósito. La dificultad del texto de Woolf no se sortea con una línea dramatúrgica clara, se diluye en una sucesión de entradas, salidas y rupturas muy visuales que, aunque por momentos fascinan, resultan vacuas. Más que una adaptación, este Orlando es una interpretación visual del universo woolfiano, pero sin una brújula clara para su espectador.

La obra ha sido presentada como una reivindicación de la libertad identitaria, algo que, como ha explicado la propia directora responde también al momento político presente en el que discursos conservadores intentan censurar lo diverso. En este sentido, el montaje tiene una dimensión militante que se agradece, aunque su fuerza simbólica no siempre se traduce en eficacia teatral.

Lo más destacable es, sin duda, el compromiso y la calidad del elenco formado por Nao Albet, Anna Climent, Alessandra García, Jorge Kent, Paula Losada, Laia Manzanares, Paco Ochoa, Mabel Olea, José Juan Rodríguez, Alberto Velasco y Abril Zamora. Cada uno de ellos defiende con total entrega una propuesta exigente, en la que no hay lugar para el automatismo. Compromiso similar al del equipo creativo, su compenetración, coherencia y valentía sostienen una propuesta que, aunque no siempre es fluida, sí es original y tan potente como singular. Orlando no convence como obra de teatro, pero sí como acto performativo y declaración de principios. Una experiencia para quien no busca respuestas ni destinos, sino el trance y el riesgo de la experiencia.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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