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30.04.2025 Críticas / Crónicas, Teatro  
La sonnambula – Crítica 2025

El Gran Teatre del Liceu de Barcelona presenta La sonnambula de Vincenzo Bellini, en una coproducción con el Teatro Real, el New National Theatre Tokyo y el Teatro Massimo di Palermo, bajo la dirección escénica de Bárbara Lluch. La ópera cuenta con Nadine Sierra como a Amina y Xabier Anduaga como Elvino, la ópera aboga por un mensaje contra los juicios paralelos y las relaciones tóxicas.

La Sonnambula nos traslada a un pueblo de los Alpes suizos, donde Amina (interpretada por Nadine Sierra), una joven molinera, está prometida con Elvino (interpretado por Xabier Anduaga). Justo antes de la boda, llega al lugar un noble de edad avanzada, el conde Rodolfo (interpretado por el bajo-barítono Fernando Radó), que queda fascinado por la belleza de Amina y por su parecido con una mujer que había conocido muchos años atrás. Esa misma noche, Rodolfo recibe la visita de dos mujeres en la posada donde se hospeda: Lisa (intepretada por soprano Sabrina Gardez), la antigua prometida de Elvino, que intenta seducir al conde por despecho, y Amina, que, sin saber que padece sonambulismo, camina dormida hasta la habitación de Rodolfo. Amina lo confunde con Elvino e intenta besarlo. Lisa, que lo presencia todo, aprovecha la ocasión para acusarla de infidelidad ante todo el pueblo. Elvino, humillado, rompe el compromiso con Amina. Rodolfo intentará apaciguar los ánimos y ofrecerá una explicación racional al enredo revelando que Amina sufre sonambulismo y que no era consciente de sus actos. Nadie lo creerá hasta que Amina, extasiada por una situación que no entiende, vuelve a caminar dormida y pone en peligro su vida al cruzar un puente en ruinas.

Esta obra maestra del bel canto, fue la séptima ópera de Vincenzo Bellini y constituyó un éxito abrumador en Italia y más allá, consolidó al compositor como el gran creador de melodías de su tiempo. El encargo de componer esta ópera llegó en 1830, cuando Bellini tenía solo 28 años. En aquel momento, Gioachino Rossini se había retirado (en 1829), y el bel canto, que dominaba el lenguaje operístico italiano, buscaba un nuevo referente. Entre los principales candidatos destacaban Bellini y Donizetti.

Para crear La Sonnambula, Bellini se inspiró en una historia amable y cercana al vodevil, escrita por el dramaturgo francés Eugène Scribe, que había triunfado en París como comedia y también como ballet-pantomima. Con su libretista habitual, Felice Romani, Bellini trabajó con rapidez para dar forma a esta ópera, posponiendo incluso otro encargo que había recibido para La Scala, donde ese mismo 1831 estrenaría su célebre Norma.

En la versión que nos ofrece Bárbara Lluch sobre las tablas del gran teatro de la ópera barcelonés, obtenemos una lectura seria y reflexiva de la ópera, donde Amina deja de ser la joven afortunada de un final idílico para convertirse en una víctima de una sociedad intolerante e irreflexiva. En ella podremos ver el trato de las mujeres objeto para el hombre y las relaciones tóxicas, ya que aun ser repudiada por Elvino, Amina se arrastra constantemente porque su amor por él es más fuerte que su amor propio. Algo normal en la época en la que la ópera fue escrita y que, hoy en día, hace que nos hierva la sangre. Lo mismo nos ocurre con los juicios paralelos que el mismo pueblo hace sobre las habladurías que Lisa promulga sin demostrar hecho alguno. Este tema nos afecta aún más, puesto que, hoy en día, esto sigue ocurriendo.

La propuesta escénica de Bárbara Lluch sitúa la acción en 24 horas de la vida de Amina, con una escenografía minimalista inteligentemente diseñada por Christof Daniel Hetzer que hace que no lleguemos a situar la acción en una época o entorno concreto. Una atmósfera de misterio que se refuerza con el diseño de iluminación de Urs Schönebaum, quien alterna texturas rojas y puntos de sombra para crear una sensación propia de la nocturnidad y del terror literario. Un terror que vislumbramos en la mirada de Amina que no entiende qué está ocurriendo. Ella, joven e inexperta, no comprende las reacciones a su alrededor y la iluminación de Schönebaum nos hunde más en su desesperación, al ser vapuleada por una sociedad intolerante e irreflexiva.

En la parte musical, debemos destacar que La sonnambula es una ópera cautivadora, construida a partir de melodías de una belleza fascinante con la que los intérpretes pueden lucirse ampliamente. Si bien es cierto que en ocasiones las melodías se convierten en tediosas, las arias principales consiguen que el público se emocione al nivel de vitorear cada uno de los finales de las arias que Nadie Sierra interpreta. Y no es para menos, puesto que en la noche del estreno Sierra demostró un alto dominio del bel canto y de una técnica impresionante. Verla actuar fue una delicia. Sierra demostró sus altas capacidades en todas las arias que interpretó, dejando al público extasiado y pidiendo más. Se notaba que la soprano disfrutaba con el trabajo realizado y con la reacción del público. Algo esperado tras las grandes interpretaciones de La traviata que pudimos disfrutar el pasado mes de enero y su concierto en solitario acontecido hace escasas semanas.

La interpretación del tenor vasco Xabier Anduaga como Elvino fue notable. Tras constatar la gran compenetración que se respiraba en escena, disfrutamos un timbre brillante y de una proyección vocal portentosa; incluyendo ese agudo controlado transformado en un pianissimo excelso que volvió loco al respetable en su interpretación de Tutto è sciolto. Un control vocal que no está al alcance de muchos.

Por su parte, Sabrina Gardez como Lisa realizó un maravilloso debut en el gran teatro. Aunque en un principio se la vio dubitativa, rápidamente controló los nervios y nos ofreció una interpretación majestuosa como competidora por el amor de Elvino.

El bajo barítono Fernando Radó (conde Rodolfo) y la mezzosoprano Carmen Artaza (Teresa) realizaron un trabajo adecuado a sus personajes que les ofreció grandes aplausos en los saludos finales.

En el foso orquestral, el director musical Lorenzo Passerini optó por dar foco y presencia a las voces principales en escena más que a una partitura complicada de brillar. Aun así, defendió estoicamente lo creado, tratando de incluir a un coro que debería estar más presente en escena y que en ocasiones quedaba relegado a un tercer plano.

Por último, me gustaría destacar el trabajo del cuerpo de baile que interpreta al subconsciente de Amina y su constante sufrimiento. Una parte de la visión de Bárbara Lluch que, a mi parecer, queda bien integrada en las escenas y ofrece un interesante inicio de cuadros que hace que el público sostenga su aliento en la primera aparición.

Aunque La Sonnambula no es de mis piezas favorita del bell canto, debo destacar que la calidad de las voces en escena y la cuidada ejecución de la partitura por parte de Passerini hicieron que disfrutara de una buena noche de ópera. Así lo confirmó la reacción del público presente en las ovaciones de los saludos finales, quienes encumbraron aún más el gran trabajo realizado por sus protagonistas sobre las tablas del Liceo.

Crítica realizada por Norman Marsà

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