
La nueva producción de Los dos hidalgos de Verona, dirigida por Declan Donnellan en el Teatro de la Comedia (Madrid), ofrece una lectura fresca, potente y visualmente cautivadora de una de las comedias tempranas menos representadas de Shakespeare. Coproducida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, LAZONA y Cheek by Jowl, destaca por su enfoque físico y su cuidada estética, aunque no logra mantener el pulso en su tramo final.
Esta obra narra la historia de dos amigos, Proteo y Valentín, que viajan a la corte de Milán, donde ambos se enamoran de la misma mujer, Silvia. Triángulo amoroso que se complica con traiciones, disfraces y arrepentimientos, mientras Julia, la prometida de Proteo, lo sigue disfrazada de paje, generando situaciones que exploran los límites de la fidelidad y el perdón.
Desde su arranque, el montaje brilla por la cohesión de su elenco. Manuel Moya y Alfredo Noval sostienen con solidez su centro dramático con un trabajo sutil, vivo y generoso, atento a los matices del texto. Moya aporta nobleza y ternura a Valentín, mientras que Noval dibuja un Proteo contradictorio sin caer en lo caricaturesco. A su lado, Irene Serrano (Julia) destaca por un desbordamiento emocional entre ligero y chisposo, y Rebeca Matellán dota a Silvia de consistencia en su papel de damisela no correspondiente.
La comicidad de Goizalde Núñez, con su eficacia corporal y afinado sentido del ritmo, añade cercanía al conjunto. La dirección de movimiento de Amaya Galeote convierte cada transición en una coreografía fluida, y la escenografía más minimalista que sobria de Nick Ormerod permite una gran versatilidad, potenciada con acierto por la iluminación expresiva de Ganecha Gil. Su trabajo y la música de Marc Álvarez acentúan con inteligencia los cambios emocionales, generando atmósferas que se deslizan desde lo etéreo hasta el dramatismo.
Donnellan impone una mirada reconocible y coherente, en la que el texto clásico dialoga abiertamente con el presente. Su propuesta no fuerza una actualización explícita, pero sí traslada la acción a un universo contemporáneo mediante un vestuario actual y neutro, que elimina cualquier anclaje histórico y resalta lo humano por encima de lo anecdótico. Esa apuesta se refuerza con un uso inteligente del meta teatro: en su primera aparición, el artificio se rompe con un giro que nos recuerda que estamos viendo una representación, funciona como declaración de intenciones y como dispositivo dramático.
Pero a medida que la función alcanza su ecuador, cuanto había resultado moderno, provocador y refrescante —la puesta en escena limpia, el vestuario actual, el meta teatro bien dosificado— empieza a desvanecerse. Es como si el andamiaje conceptual, tan sólido en los primeros compases, no bastara para sostener el desarrollo completo de la función. El ritmo se ralentiza y lo que antes deslumbraba por su osadía comienza a parecer pura fórmula.
Los actores siguen firmes y la dirección sigue clara, pero la sensación es que el montaje se vacía de riesgo justo cuando más lo necesitaba. Aun así, esta versión de Los dos hidalgos de Verona logra rescatar los ecos universales del amor, la traición y el perdón propios de William Shakespeare. Aunque no mantiene el vuelo en todo su recorrido, el trabajo del elenco, la dirección escénica y el cuidado técnico convierten esta versión en una propuesta estimulante y profundamente humana.
Crítica realizada por Lucas Ferreira




