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07.04.2025 Teatro  
Mort d’un comediant – Crítica 2025

Mort d’un comediant, actualmente en el cartel del Teatre Romea de Barcelona, es la última creación del reconocido dramaturgo Guillem Clua. Dirigida por Josep Maria Mestres, se presenta como una experiencia teatral para ofrecer al público una historia conmovedora y profundamente humana, que es una celebración al arte teatral.

En Mort d’un comediant, Clua escribe un texto que trata la fragilidad del ser humano a través del personaje principal, quien se ve atrapado entre ficción y realidad. A través del peculiar vínculo que se genera entre Adri, un cuidador empático y joven, y Llorenç Cardona, un actor veterano atrapado entre sus recuerdos y sus personajes, el público se embarca en un viaje de noventa minutos en el que se rinde tributo a este catalizador arte que lleva siglos sirviendo de refugio y de espejo a nuestra humanidad.

La propuesta combina con equilibrio humor y drama. Las transformaciones de Llorenç en los diversos personajes que interpretó a lo largo de su carrera permiten momentos de surrealismo y comedia, mientras que las interacciones entre Adri y Llorenç tejen lentamente capas cada vez más profundas que terminan construyendo una amistad y que a la vez descubren las heridas invisibles del anciano actor.

La obra explora temas universales como la memoria, el legado, la identidad y el poder redentor del arte. En este sentido, Josep Mª Mestres, quien dirige este montaje con la gran habilidad que le brinda su extensa experiencia, no solo ha sabido extraer de las líneas todo ese abanico de cuestiones, sino que ha conseguido magistralmente que estas lleguen al espectador a través de los actores.
 
El desafío de interpretar a Llorenç, un personaje que cambia constantemente entre varios roles, requiere de un actor con una destreza excepcional, capaz de navegar por emociones y estilos teatrales diversos. Jordi Bosch, indiscutiblemente, es ese actor. Encandila al público tanto en esa perfecta interpretación de los clásicos como en los momentos más emotivos de la parte final. Bosch tiene tanta fuerza durante toda la función que teatro y público se rinden a sus pies. Francesc Marginet, Adri, interpreta el contrapunto perfecto: un ancla de normalidad que, al mismo tiempo, cae rendido ante el juego de las actuaciones improvisadas de Llorenç. Completa el elenco Mercè Pons, que logra construir un personaje que destaca en lo carismático y cautivador. Su presencia encantadora, la forma en la que va revelando la historia, atrapa la atención.

La escenografía, como pasa muchas veces en el Romea, cuida hasta el mínimo detalle. Joan Sabaté ha diseñado el salón de la casa de Cardona, con una evidente protagonista que acompaña al actor: una biblioteca repleta de los textos que el actor ha interpretado todos estos años. Y espacio suficiente para que se puedan coreografiar esos mismos durante la función. Espacios que den lugar al actor a aparecer y desaparecer, que pueda haber un punto de vodevil. Que recuerde todo mucho a teatro.

E igualmente con la iluminación. Kiko Planas crea lugares que transportan a Cardona y a su audiencia hacia esos clásicos, culminando con el acto final, tan enormemente teatral.

Mort d’un comediant no solo invita a reír y a emocionarse, sino también a reflexionar en el indispensable papel del arte en nuestras vidas y cómo, en algunos casos, puede ayudarnos a enfrentar nuestros traumas más profundos. Sin duda, un espectáculo teatral lleno de encanto y humanidad, que deja huella en el corazón del espectador.

Crítica realizada por Diana Limones

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