Nave 10 Matadero de Madrid continúa su apuesta por nuevos enfoques teatrales con Las amargas lágrimas de Petra von Kant, clásico de Rainer Werner Fassbinder sobre la perversidad y la desazón del amor que Rakel Camacho personaliza con un elenco encabezado por Ana Torrent.
Pocos días después de dejarse de representarse El cuarto de atrás en el Teatro de la Abadía, Rakel Camacho vuelve a los escenarios madrileños con esta función estrenada en 1971, y llevada al cine en 1972, en la que el amor deriva en un descenso a los infiernos pergeñado de dependencia, dominación y necesidad de validación. Súmese a ello la claustrofobia de contar con un único espacio interior como lugar en el que se desarrolla su acción.
La historia nos sumerge en el universo de Petra von Kant, diseñadora de moda recién divorciada a la que da vida Ana Torrent, que vive junto a su silenciosa y entregada asistente Marlene, interpretada por una pétrea Julia Monje. La llegada de Karin, Aura Garrido, una joven de orígenes humildes y ambiciones desmedidas, desata en Petra una pasión arrolladora que poco a poco la consume. El elenco se completa con las interpretaciones de María Luisa San José y Celia Freijeiro, quienes aportan solidez al complejo entramado de relaciones y subordinaciones.
Uno de los mayores logros de esta versión es el diseño del espacio escénico de Luis Crespo, dominado por un enorme espejo, una pasarela reflectante y salpicaduras de tijeras, botellas y maniquíes. Un espacio sofocante complementado con un vestuario extravagante, altos tacones de aguja y pelucas de colores vibrantes, diseñados por Pier Paolo Álvaro y Roger Portal, que subrayan el artificio de la propuesta de Fassbinder y Camacho. La iluminación de Mariano Polo refuerza con sombras y reflejos la decadencia emocional de los personajes.
Gracias a todos ellos, Rakel Camacho construye una atmósfera opresiva y estilizada que atrapa a nivel visual y plástico. Sin embargo, su dirección no siempre logra aflorar o transmitir con claridad la profundidad de los conflictos que plantea Fassbinder. La intensidad del texto original se diluye en una estética que, aunque impresionante, provoca que nos quedemos en la forma, en la superficie, y no lleguemos al fondo de crudeza y desgarro anímico que le suponemos. La exploración de la toxicidad en las relaciones de poder y el deterioro emocional de Petra se perciben, pero sin el impacto devastador que podría alcanzar.
El movimiento escénico contribuye a la construcción de esa tensión plástica y dramática. Quizás los mejores pasajes de la función son cuando confluyen en ella todas sus intérpretes. Una dimensión física y dinámica, a su vez, reforzada por la música original de Pablo Peña y Darío del Moral, que aporta un sutil pero inquietante trasfondo sonoro a la tragedia de Petra.
En definitiva, una versión intensa y visualmente impactante de una obra que nos interpela sobre la naturaleza del deseo y el poder y los desvaríos a que puede dar pie su imbricación. Y aunque visual y ambientalmente la propuesta engancha, no ocurre de igual manera en el plano emocional. Las amargas lágrimas de Petra von Kant resultan más pedrería sobre su rostro que la asistencia en directo a la destrucción de un corazón compungido.
Crítica realizada por Lucas Ferreira