La Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid se viste de rosa para acoger a su residente «dramática» Cris Balboa en Roland mon amour, un monólogo cómico y ansioso anticapitalista, concienciado y oda al reciclaje.
Qué es ser artista y gallega es lo que se plantea Cris Balboa en este monodrama autopercibido con dramaturgia de ella misma y Alberto Cortés; iluminación de Laura Iturralde, intervención del espacio escénico de Mauro Trastoy, vestuario de Gloria Trenado y sonido de Óscar Villegas.
Roland mon amour me hizo replantearme si yo soy de Vallekas o soy una artista gallega que no tira la ropa, sino que la almacena en maletas con las ruedas rotas; y que también se enciende si un hombre deposita los residuos en el contenedor que corresponde o ha dejado de utilizar tuppers y se ha pasado a reutilizar los botes de vidrio de los garbanzos del Lidl. Creo que yo también soy una artista gallega que preferiría estar tocándose la cona en el sofá y no prostituyendo mi productividad en la industria del alquiler de propiedades inmobiliarias. Quizás también soy una artista gallega por pecado venial por comulgar tras practicar sexo oral o por tener un vínculo con la comunidad religiosa al convertir a mi primer novio en mi padrino de confirmación. Yo pensaba que era un vasco wannabe pero es que creo que soy una artista gallega.
Cris Balboa ha montado Roland mon amour con un ímpetu que se desborda de la Sala de la Princesa y llega hasta la iglesia parroquial de Santa Bárbara. Quizás un ímpetu desmedido en un ejercicio al que hubiese pedido concreción y una duración limitada que me permitiese sumergirme hasta el fondo de la propuesta, y no mantenerme en cierta apnea desconcertada por los vaivenes de un texto que quiere abarcar demasiado y que se me hizo bola.
He sentido en las últimas temporadas estrenos que se viven como si fuese el único estreno que su creador va a montar en escena, o llegar a un escenario, sobre el que se vuelca toda una serie de inquietudes e ideas magníficas, que funcionarían como entes individuales, pero inundan la escena en una ejercicio de chorreante brainstorming que apabulla y despista. Me planteo que es triste que un creador se plantée que este es su «one-shot», la única oportunidad de llegar a hacer una pieza relevante, con un gran estreno y acogida del CDN de Sanzol; un esfuerzo por agradar al padre y adorar el Centro Dramatico Nacional. Me apena que se sienta la necesidad de mostrar tanto en escena de una. Me apena que la creación escenica siga tan precarizada y las artistas gallegas no se puedan ir de rave tranquilamente porque tienen que aplicarse como super host pirata.
El arrojo con sintetizador de Roland mon amour me gustó, mucho, y entiendo de dónde vienen esos ecos de Alberto Cortés en la propuesta, aunque no me encandilen como los suyos. Cris Balboa está encantadora, y Roland mon amour descoloca por ese punto punk-kitsch-deluxe de cuidada escenografía, iluminación, sonido y vestuario; y actitud deslenguada con un over-sharing que no será del gusto de todos. Del mío, si. Una nueva artista gallega en el radar para el futuro. Una artista gallega a la que deseo un éxito desbordante.
Crítica realizada por Ismael Lomana