Espai Texas de Barcelona presenta una nueva versión de El principi d’Arquimedes. El nuevo montaje dirigido por Leonardo V. Granados y protagonizado por Sandra Monclús, Marc Tarrida, Jordi Coll y Eric Balbàs, ha sido reescrito por su autor, Josep M. Miró, para adaptarlo a los miedos contemporáneos en una sociedad de la cancelación y los avances sociales y políticos hacia las situaciones de abuso.
¿Por quién pondrías la mano en el fuego? El principi d’Arquimedes está considerado uno de los grandes éxitos del teatro catalán contemporáneo: se ha visto en 43 montajes internacionales y se ha traducido a 20 idiomas. A partir de un incidente provocado por el beso “inocente” de un monitor de natación hacia un niño, el espectáculo despliega una impresionante reflexión sobre la confianza, los prejuicios y los mecanismos de control del miedo.
El joven director teatral Leonardo V. Granados nos presenta una nueva versión teatral del éxito de Josep M. Miró bajo un velo de estilo distinto al que estamos acostumbrados. Una versión de El principi d’Arquimedes más fría y distante que nos mantiene en vilo durante todo el montaje, bajo una sensación de contención extrema que en cualquier momento puede llegar a romperse. Todos los personajes se mantienen recios, distantes, fríos, y sin aparente alma durante toda la obra, llegando al punto de parecer insensibles en sus réplicas al tratar de indagar en lo ocurrido. Todos menos uno, el monitor protagonista (interpretado por Marc Tarrida) que parece tener libertad absoluta de movimientos y sentimientos.
Este gran contraste entre personajes, hace que sintamos la historia como si esta ocurriera entre las paredes de una comisaria, en pleno interrogatorio, en la que el poli malo aprieta a su sospechoso hasta el límite de romper su seguridad y llevarlo a la confesión. Una forma de llevar el texto de Miró hacia un nivel que sentimos como terrible y terrorífico.
A diferencia de lo indicado, aquí no existe un policía que busque evidencias y juzgue al protagonista. Aquí, los «compañeros» de nuestro protagonista, se debaten en juzgar cómo éste vive su vida y su identidad sexual tras recibir la queja de un padre ausente al ver cómo el monitor de piscina consolaba a un niño (que no es el suyo). Abrazar y dar un beso en la mejilla a un niño que llora asustado porque no quiere entrar en la piscina sin flotador es un abuso.
En palabras de Granados: «aunque temáticamente podría parecer que (el texto) apunta a hablar de la pederastia, en el fondo todo el argumento es una excusa para hablar de los mecanismos del miedo, y de cómo se ha instalado en la sociedad occidental contemporánea». En definitiva, cómo hacer que el miedo se convierta en uno de los grandes instrumentos de control del siglo XXI tras la llegada de la cultura de la cancelación. Y, sobretodo, cómo cada uno hará lo posible para salvar su culo independientemente del aprecio que tenga o haya tenido a la persona que acusan.
En la parte actoral, me gustaría destacar la gran contención de sentimientos, movimientos y expresiones que Sandra Monclús, Jordi Coll y Eric Balbàs consiguen mantener en sus personajes durante toda la función. Que por dirección se quiera mostrar esta frialdad extrema es harto difícil de mantener, ya que la interpretación queda sujeta únicamente a la inflexión vocal, sin apoyo alguno del cuerpo en la interpretación, el cual debe permanecer impávido. Un arduo trabajo que aplaudir.
Por otro lado, en contraposición a los demás y desde el inicio de la función, Granados permite a Marc Tarrida, quien interpreta al monitor de piscina acusado de abuso, utilizar toda expresión posible para mostrar los sentimientos que su personaje experimenta. Él es el único que puede hacerlo y esto hace que la percepción de su personaje para el público sea muy distinta. Una posición igualmente dificultosa para el actor quien ve cómo sus compañeros no pueden darle la réplica que necesita en su actuación, creando una pared que les separa y que nunca va a poder traspasar. Un punto más que añadir a la indefensión que experimenta y que le hace ofrecernos una interpretación excelsa.
En la parte técnica, alabar la idea del espacio sonoro en los cambios de escena y el juego continuo con la iluminación. Guillem Rodríguez y Sylvia Kuchinow son los encargados de crear estos momentos distópicos que ahondan aun más si cabe en la rotura de la psique del personaje principal y en la frialdad extrema de sus «compañeros». Momentos centelleantes y conversaciones/sonidos estridentes que evidencian cómo, poco a poco, el personaje va cayendo hacia sus infiernos de incomprensión y locura.
Por último, destacar la escenografía creada por Elisabet Rovira quien nos absorbe de lleno dentro de un vestuario de piscina y que juega inteligentemente con la doble visual y la simetría en una sala a dos gradas.
En definitiva, la vuelta a los escenarios de El principi d’Arquimedes baja esta nueva versión es uno de los grandes aciertos de la temporada. En una sociedad que parece cancelar lo que a uno no le gusta o no le parece bien por el simple hecho de ser diferente a sus simpatías, este tipo de obras nos enseñan que, en algunas cosas, cualquier tiempo pasado tal vez fue mejor.
Crítica realizada por Norman Marsà